Llegados a cierto grado de veteranía y maestría, muchos directores deciden mirar atrás y explorar en la pantalla grande la época de su vida más formativa y en la que vivieron las emociones más puras e intensas: la adolescencia. En verdad, estas sensaciones han estado siempre presentes como subtexto en su obra, pero finalmente quieren presentarlas de forma más literal. Aunque se usen recuerdos propios es una fórmula que puede no salir bien si el director se limita a mostrar experiencias varias, pero no nos pone de manifiesto la importancia en su yo de aquella época. No es el caso de “Fue la mano de Dios” que ya desde la cautivadora primera escena nos sumerge en el universo napolitano de Paolo Sorrentino que no es realista pero sí verosímil emocionalmente.
A menudo con las imágenes de los tráileres y las breves valoraciones en la radio, redes sociales o críticas es fácil montar y reproducir en nuestra cabeza una versión de la película. En pocos casos es un ejercicio más engañoso que aquí porque nuestra mente quiere asociar el filme de Sorrentino a otras películas, pero en balde. En otras palabras, es más fácil definir “Fue la mano de Dios” por lo que no es que por lo que es. La sinopsis puede hacernos creer que trata sobre el amor al cine, o los inicios en la cinefilia de un joven napolitano o sobre sus primeros pasos como director. Pero no es el caso, aparece el cine, pero no es central. El tráiler quizás nos hace imaginar que es una película sobre el luto y como nunca nos abandona. Tampoco. Ni tampoco es una aventura urbana sobre los impulsos juveniles y las ganas de dejar huella en este mundo. El truco de Sorrentino es evitar tomar estos caminos más transitados y simplemente mostrar cómo él se sentía en aquella época. Por eso a algunos les parecerá una película demasiado dispersa y vacía de significado, pero es en esa aparente imprecisión que logra llegar a sitios mucho más profundos que si hubiera optado por una narración más convencional.

Gran parte del mérito de esa calidad onírica del filme proviene del montaje de Cristiano Travaglioli. La historia está formada por viñetas humorísticas, imágenes poderosas en las que la cámara se queda un rato y diálogos trascendentales, pero todo vibra al mismo ritmo. En otras palabras, la transición entre escenas completamente distintas es imperceptible, ya que el hilo emocional se mantiene. También ayuda la fotografía de Daria D’Antonio que logra establecer una coherencia entre, por ejemplo, una imagen de un hombre en medio de sombras colgando del techo y los napolitanos celebrando un gol de Maradona en sus balcones.
En resumen, “Fue la mano de Dios” es una de las mejores películas del año y si consigue entrar en la catarsis que propone el director, una experiencia muy satisfactoria. Eso sí, vaya sin presuposiciones y dispuestos a aceptar la mano de Sorrentino.
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