A estas alturas de la saga, juzgar una película de Star Wars como un film cualquiera no tiene mucho sentido. La historia de los Skywalker ha trascendido tanto la pantalla de cine y ha formado una parte tan inseparable de nuestras vidas a lo largo de cuatro décadas que cada nueva entrega se hace imprescindible y se celebra con reverencia aunque nos hagan tragar la Fuerza con cuchara de plástico y le veamos las costuras de la maquinaria de marketing de Disney por todos lados.
Cuando Abrams tomó las riendas de la nueva trilogía con “El despertar de la fuerza“, supo resolver los males de los episodios I, II y III, facturando un homenaje (casi un calco) de aquel iniciático episodio IV, devolviendo a Star Wars una capa de nostalgia y un aspecto visual que sabía combinar con maestría lo analógico de la trilogía inicial con la modernidad técnica del cine del nuevo siglo.
Después se encargó la segunda entrega, “Los últimos Jedi“, a Rian Johnson, a quien algunos aplaudimos la valentía de querer explorar nuevos caminos e ir a la contra de las expectativas que esperaban un nuevo “El imperio contrataca“. Pero la película topó también con una riada de críticas que sobretodo hicieron escarnio de algunas escenas discutidas en la película.
Ahora estamos (en teoría) al final del camino, con la entrega IX que concluye aquella triple trilogía que Lucas tenía en la cabeza cuando inició este fenómeno cultural y casi religioso de alcance galáctico. Y todo vuelve a manos de J.J. Abrams con “Star Wars: El ascenso de Skywalker“. Una continuación de la historia que después de la muerte de Luke Skywalker (Mark Hamill) nos deja con una Resistencia liderada por Leia Organa (Carrie Fisher) y su piloto estrella Poe Dameron (Oscar Isaac), que tiene en la joven Rey a su gran esperanza (Daisy Ridley) para enfrentarse a la Primera Orden y el Líder Supremo Kylo Ren (Adam Driver).
Y Abrams muestra desde el principio que tiene claro cómo quiere concluir Star Wars, qué concesiones debe hacer a los fans, siempre moviéndose por el terreno de la comodidad, renunciando a sorpresas o atrevimientos que le puedan girar la parroquia en contra. Pero precisamente esta complacencia con lo esperable y conocido es lo que más le es criticable como director de esta conclusión.
Abrams pilota la narrativa tan rápido como si fuera a los mandos del Halcón Milenari. Los hechos se suceden en la película de manera abrupta en la mayor parte del film, pasando de una secuencia a otra sin dejar tiempo a asimilar al espectador ni a construir respuestas coherentes en la pantalla. Navegando con saltos entre agujeros argumentales que con un poco de suerte el espectador no tendrá tiempo de detectar por el tempo al que pasa todo y que impone un guión flojo. Y tampoco ahorra las ganas de contradecir/corregir lo que a su juicio debieron hacer mal tanto Rian Johnson como los repudiados episodios I, II y III, llegando al extremo de enmendar la plana en varias ocasiones a sus predecesores, incluso a algunos preceptos de la trilogía original.
Pero estamos ante una nueva entrega de Star Wars, seguramente la última dedicada a la saga Skywalker. Y como tal la tenemos que disfrutar. Y sí, la película es plenamente disfrutable como buen cine de aventuras, con una factura técnica impecable a caballo entre lo nuevo y lo antiguo, con una música de John Williams que aún pone piel de gallina (de hecho a menudo son sus notas las que insuflan emotividad allí donde el texto se queda corto en dotarla), con reparaciones pendientes con personajes y reencuentros con aquellos que perdimos a lo largo del camino. También confirma el gran acierto que fue idear un personaje como Rey y ponerla al frente del renacimiento de la saga.
Con ella llegamos a este final de una historia que ahora más que mirar al futuro resucita el pasado, y que más allá de la complejidad y la mitología que ya perdió hace tiempo acaba despegando sobre un discurso básico sobre la familia, la amistad y el equilibrio emocional.
Y nuestra nueva esperanza es que si Star Wars debe perdurar (estamos seguros de que lo hará), ahora por fin podrá explorar nuevos universos, historias y personajes, libre por fin de los autoimpuestos corsés con que los sucesivos directores y guionistas han vestido sus entregas. Porque a pesar de las críticas y decepciones, mientras no podamos evitar la lagrimita cada vez que se apaguen las luces, y aparezca el logo de LucasFilm, y las notas de Williams acompañen un texto de letras amarillas sobre un espacio oscuro plagado de estrellas , seguiremos comulgando con la Fuerza y los caminos por donde nos lleve.
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