Más de diez años después de “La ladrona de libros”, su libro debut que conquistó a diez millones de lectores, Markus Zusak vuelve con “El puente de Clay”, una saga familiar inolvidable e irresistible, inspirada en el arte y la cultura clásica.
Los cinco hermanos Dunbar viven en un hogar sin adultos, cuidando unos de otros, luchando para sobrevivir en un mundo que les ha abandonado, hasta que su padre, el hombre que los dejó sin mirar atrás, vuelve a casa. ¿Por qué ha vuelto?
Matthew, cínico y poético, es quien lleva las riendas de la familia; Rory, siempre falta a clase; Henry, una máquina de hacer dinero, y el pequeño Tomy, coleccionista de mascotas que ha colonizado la casa con animales disfuncionales, como la mula Aquiles o Rosy, el border collie. Y luego está el silencioso Clay, perseguido por un suceso del que no se puede hablar pero que tiene algo que ver la pinza que lleva en el bolsillo. La historia de los Dunbar se remonta tiempo atrás: a este abuelo cuya pasión por los antiguos griegos todavía rellena de color sus vidas, y los padres, que se conocieron gracias a un piano extraviado. Clay tratará de revelar su trágico secreto y de construir un puente para salvar a su familia y salvarse también a sí mismo.
Hay escritores que, no sabes la razón, tienen la virtud de tocarte la fibra más que otros. Markus Zusak es uno de los mios. Su primera novela “La ladrona de libros” es uno de mis libros favoritos, uno de esos que siempre recomiendo y de los que más me ha tocado el alma.
Con “El puente de Clay”, Zusak nos adentra en una saga familiar, los Dunbar. Cinco chicos que viven en un hogar sin adultos y con un montón de animales curiosos. La llegada de su padre, desaparecido de un día para el otro, les complica de nuevo la vida y adentrará al lector en la historia de esta familia disfuncional, donde se ha sufrido pero sobre todo se ha amado.
La narrativa de Zusak no es fácil. La narración no sigue una línea temporal. Nos va dando catas de diferentes instantes y momentos como cuando Penélope Lesciuszko, sale engañada por su padre de la Europa del Este o cuando Michael Dunbar, un hombre fascinado por la pintura, la conoce gracias a un piano perdido. Pero sobre todo está Clay, el silencioso Clay, el chico que siempre corre, su historia con una chica del barrio y el secreto que guarda en forma de pinza para la ropa, es la más importante y la más tierna.
Zusak utiliza capítulos cortos, con una prosa con un aire de poesía, con unas metáforas que, a veces hay que leer dos veces para captar toda la belleza que pueden transmitir y unos personajes que conviertes con tuyos al instante. “El puente de Clay” es de esas historias que acarician, que te atrapan, te cautivan y te tocan el alma. Una historia ideal para perderse en las noches de invierno. Y cuando termina, que no quieres, cierras el libro con pena pero contento de haberlo disfrutado.
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