En 1996 David Trueba debutó con La buena vida. 22 años después ha recuperado a dos de los actores protagonistas de su ópera prima –Lucía Jiménez y Fernando Ramallo– para Casi 40, su último trabajo.
Él y Ella. Tuvieron una breve relación amorosa cuando eran adolescentes, pero siempre han mantenido contacto y han conservado una amistad de aquellas que a lo mejor aún conserva cierta llama de lo que vivieron. Él es comercial de productos cosméticos y ella es una cantante que tuvo su éxito en su día, pero que se quedó sin productora y empieza a caer en el olvido. La excusa no es otra que una gira que Él ha organizado por librerías, cafeterías y centros culturales por la España más interior y con la pretensión de relanzar la carrera musical de Ella.
Con esta excusa, David Trueba construye una especie de “road movie” que gira alrededor de dos ejes: las conversaciones entre los dos protagonistas y las actuaciones musicales de Lucía Jiménez. Así, en primer lugar, las conversaciones sobre lo que esperaban y lo que finalmente la vida les ha obsequiado. Aunque Trueba comenta en una entrevista que no se planteó esta película como un dialogo con “La buena vida”, es innegable encontrar al menos como paralelismo la conexión que parece que hay entre los dos adolescentes que conocimos en el film de 1996 y los adultos que tienen los 40 a la vuelta de la esquina –no será casualidad haber escogido a los mismos actores-.
Y por otro lado, las actuaciones musicales de Lucía Jiménez, llenas de intimismo y de sentimiento. Me atrevo a decir que solo para ver estas actuaciones vale la pena acercarse al cine. Las letras forman parte del guión de una película que habla del paso del tiempo. Es una gran contribución la de Lucía Jiménez. No podemos decir lo mismo de Fernando Ramallo, que después de 22 años no ha conseguido cambiar su posado insulso y triste, pero que nuevamente coincide con el perfil del personaje.
Trueba apuesta por la sencillez visual, sin parafernalias, a partir de planos cortos y medios centrados en los dos personajes. Algunos silencios y miradas. Y brevedad. 83 minutos de película que son suficientes para explicarnos una historia sencilla y una reflexión sobre el paso del tiempo y la evolución personal. Todo era muy diferente de lo que esperaban, pero que se conforman sin traumas, sin nostalgias y con cierto sentido del humor. A lo mejor es una crítica a lo que parece que la sociedad te promete en la adolescencia y con la que nos encontramos, pero con la esperanza que aún nos queda mucho por vivir.
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