Transmitir imparcialidad, cinematográficamente hablando, es algo extremadamente complejo. Siempre he admirado a esas personas que consiguen crear un debate sereno, alejado de dogmatismos y libre de provocaciones. Capaces de moverse sin titubear en territorios tan enfermizos como los que nos presenta el cineasta francés Xavier Legrand en su debut como director de largometrajes.
Desde el incuestionable espanto de la violencia familiar, Legrand recurre a la temática de su anterior trabajo, el corto “Antes de perderlo todo” (2013), y despega con fuerza en el Festival de Venecia para atraparnos con un registro desprovisto de verdades absolutas sobre la situación en la que pueden quedar los hijos tras algunos divorcios.
Con secuencias convencionalmente alineadas y un guion bien urdido, “Custodia compartida” nos hace muy difícil mantener la equidistancia. Estéticamente realista y dolorosamente directa, la película se desarrolla en crudo equilibrio entre el terror y la impotencia, basculando hábilmente entre lo cotidiano y lo imprevisible, entre la duda y la evidencia. Desde el principio, el espectador carece de credenciales para hacer un diagnóstico sobre los hechos. Se basa más bien en intuiciones para someter a escrutinio todo un trayecto de desesperación que desconcierta y deja al descubierto las facetas más ocultas del maltrato familiar.
Bajo la máscara del exceso, Legrand captura las pequeñas sutilezas de un quebradizo estado de transformación, atreviéndose a exhibir toda una gama de grises que se desdibujan de un solo trazo al final de la película. “Custodia compartida” nos habla de dimensiones que parece que no existen, pero basta examinar los mecanismos inconscientes que rigen ciertos comportamientos para darnos cuenta de que la vida puede convertirse a veces en un espectáculo del que no es fácil huir.
Hacer Comentario