Con una película por año desde hace décadas, muchas psiconeuras personales que verter y un buen puñado de críticos, sobre todo los norteamericanos, más dispuestos a juzgar su persona que su cine, la filmografía de Woody Allen hace años que no está exenta de altibajos. Pero este año, llega a su película número 50 demostrando que aún está en forma y que el regreso a casa después de sus discutibles aventuras europeas, le ha probado bastante bien.
En “Wonder Wheel”, Ginny (Kate Winslet) es una mujer que vive en Coney Island (NY), casada con Humpty, el operador del carrousel (Jim Belushi), y madre de un niño con una extraña afición a quemar cosas (Jack Gore). Frustrada y atrapada en un matrimonio nada excitante y con un trabajo de camarera sin ninguna expectativa, ya solo le faltaba que la hija de su esposo (Juno Temple) se presente en su casa pidiendo ayuda para esconderse de su marido mafioso que quiere matarla. Cuando Ginny conoce al socorrista de la playa, Mickey (Justin Timberlake), creerá haber encontrado por fin un poco de pasión en su vida.
Un narrador de la historia que interpela directamente al público, una mujer infeliz y un lio amoroso a cuatro bandas, elementos habituales en el cine de Woody Allen.
Pero aquí hay dos nombres propios que hacen que ésta sea algo más que una típica película Allen, o al menos de las que, dentro de la filmografía de quien lleva haciendo casi una peli por año desde finales de los 60, valen la pena ver.
Uno es el del cinematógrafo italiano Vittorio Storaro. Su uso de la luz y los colores del vibrante y colorido paseo de Coney Island y sus atracciones, en contraste con el decadente cromatismo de la casa de Ginny y Humpty, se convierte en un transmisor del contraste de emociones y convierte “Wonder Wheel” en uno de los filmes más visuales de Woody Allen.
El otro es el de Kate Winslet. Y es que cuando Allen cuenta con una gran actriz, sus historias suben muchos enteros. Lo consiguió con Cate Blanchett en “Blue Jasmine” y ahora es la británica que personifica el altibajo emocional de la historia con una brillante actuación.
Con ellos, Allen viste esta postal de esperanzas rotas que bebe directamente de las dramaturgias de Tennessee Williams o Eugene O’Neill, contraponiendo el vibrante mundo de la playa de los años 50 con la jaula casi teatral donde viven sus protagonistas, y estableciendo un juego de planos abiertos para los exteriores y extremos acercamientos de la cámara a aquellos a quienes la vida ya no cumplirá ningún sueño.
Hacer Comentario