La carta de presentación del jovencísimo director ruso Kantemir Balagov es un compendio de decisiones arriesgadas y no siempre comprensibles que cuajan en un ambicioso documento sobre la cara más amarga de la convivencia étnoco-religiosa en el Cáucaso Norte a finales de la década de los noventa.
La película empieza con una escena festiva: una familia judía recientemente instalada en la ciudad de Nalchik celebra el futuro enlace entre David (Veniamin Kac) y una joven local. La tradición se impone, y pese a que estamos en un hogar modesto, los invitados se esfuerza y engalanan para una cena de excepción que anticipa la inevitable sesión de baile al final de la noche. Ilana (Darya Zhovnar), sin embargo, no se despega del sofá. La hermana de David ha aceptado a regañadientes enfundarse un vestido que la feminiza pero su uniforme no es aquel sino otro, el peto tejano que utiliza para trabajar de mecánica con su padre. Así que puede, se cambia de atuendo y desaparece para encontrarse con Zalim (Nazir Zhukov), un vecino de la tribu de los kabardinos y un dolor de muelas para la familia de la joven rebelde.
Pero no es este un relato shakesperiano sobre un amor imposible, sino el retrato, frenético y exaltado, de un entorno social opresivo que penetra en la individualidad de un personaje sediento de libertad. El secuestro de David y de su prometida aquella misma noche hace trizas el orden familiar y propicia la huída hacia adelante de una Ilana que, ahora sí, desatada, se sumerge en un ciclo autodestructivo impecablemente apuntalado por la elección de un formato televisivo 4:3 que encapsula el caos en cada gesto, transformándolo en una pequeña tragedia. Cámara en mano, la pericia de Artem Emelianov, el inventivo director de fotografía de la película, capta con vigor el extraordinario trabajo de Zhover en su debut y logra relegar a un segundo plano la angustiosa espera en el proceso de liberación del hermano pequeño de la familia.
Crudo y rasgado, bello y estilizado, el madurísimo debut de Balagov queda ensombrecido por la inexplicable (e inexcusable) inclusión, a media cinta, de una suerte de snuff movie de inhumana brutalidad, las imágenes reales de tortura y decapitación de un grupo de soldados rusos ejecutados por enemigos chechenos en la llamada masacre de Degestan. No en vano, la secuencia durante la proyección del film en el pasado Festival de Cannes (donde fue premiada por la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica en la categoría Un certain regard) logró que una parte de los asistentes desfilara antes de hora. Un auténtico puñetazo en el vientre y una paparruchada.
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