50 primaveras
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Sí. A los cincuenta la vida empieza a dar vértigo. Nos asomamos a una realidad efímera de la que no éramos conscientes y adaptarse a esa nueva etapa es un arte que se tiene que aprender. Requiere de un buen entrenamiento porque te toma por sorpresa, te envuelve de soledad y te convierte sutilmente en invisible para una sociedad donde la juventud sigue siendo uno de los valores más cotizados. Surge la necesidad de hacer lo que no se ha hecho, de sentir lo que no se ha sentido, de vivir lo que nos resta sin perder tiempo y muchas veces, con la inquietud implícita de no haber encontrado a quien te acompañe en ese tránsito.

50 primaveras” nos presenta una aproximación panorámica hacia todo este proceso a través de Aurora, una mujer que llega a una fase de su vida en la que necesita sentirse viva y cuya aceptación pasa por un abanico de planteamientos sobre su propia precariedad profesional, existencial y sentimental.

Sin dogmatismos, Blandine Lenoir dirige un modelo de comedia clásica de estructura simple cuya consistencia consigue proponiendo una galería de personajes llenos de ternura y energía. Ya en su primer largometraje (Zouzou, 2014), la cineasta francesa nos concedía una mirada cordial sobre el género femenino y la solidaridad intergeneracional. Ahora, con esta segunda entrega, algo que parecía que iba a ser un alegato feminista lleno de clichés y con un discurso de Françoise Héritier de fondo, se torna sin embargo liviano para mostrarnos con fluidez y cotidianeidad ese camino de descubrimiento que permite a la protagonista abordar valientemente la madurez.

50 primaveras

El gran aliciente de la película es una fantástica Agnès Jaoui dando vida a un personaje sencillo que cautiva al espectador llenando la pantalla de espontaneidad, frescura y sensibilidad. No se trata de una película vistosa, pero el ritmo es constante y entretenido, hábilmente escrita y bien interpretada. Blandine Lenoir seduce por la simplicidad de su montaje en tono voluntariamente discreto. Todo un catálogo de situaciones un poco encasilladas donde si hay algo de negativo es la sistematización de un optimismo algo forzado a lo largo de toda la proyección. El resto no deja sorpresas, con la excepción de alguna escena sostenida únicamente con gestos que se nos revela desbordante de belleza.

Con una estética muy francesa, “50 primaveras” se convierte en una historia sobre evidencias y fragilidades que ofrece un retrato oportuno sobre el inicio de la madurez, una época tremendamente compleja de la vida que nos enfrenta de golpe a un proceso de decadencia física y motivacional, pero a la que se llega con la ventaja de tener más experiencia, más libertad y menos prejuicios. Con ella, Blandine Lenoir firma una obra generacional de gran calidad que se mueve entre la comedia y el corte dramático, ofreciéndonos una reflexión romántica y optimista sobre el miedo a envejecer y esencialmente, sobre el miedo a hacerlo solo. Toda una oda a la supervivencia vital que coloca en primer plano el tema de la coherencia entre la realidad y la forma de redescubrirnos. Y lo hace eligiendo además contrapuntos musicales muy acertados que acompañan a la protagonista en ese camino de emociones al ritmo de la gran Nina Simone, quien con su “Ain’t got no, I got life” nos anima a tomar conciencia de que cuando todo se va dejando atrás… aún nos queda la vida.

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