La competición de Cannes de este año ha empezado con dos películas de directores cuyos anteriores trabajos habían sido premiados en otras ediciones. Por un lado, Todd Haynes, que con ‘Carol’ se llevó un premio a la mejor actriz para Rooney Mara en 2015, ha presentado la notable ‘Wonderstruck’. Por otro, el ruso Andrey Zvyagintsev que se llevó el premio al mejor guión de 2014 por ‘Leviatán’, ha presentado ‘Loveless’, otra película muy destacable.
El estadounidense Todd Haynes adapta en ‘Wonderstruck’ el libro ‘Maravillas’ de Brian Selznick, el mismo autor que adaptó Martin Scorsese en ‘Hugo’. Haynes, todo un experto en recrear otras épocas en su cine, esta vez no se lo pone fácil. ‘Wonderstruck’ cuenta la historia de dos chavales: Rose, una niña sordomuda a la que en 1927 el final del cine mudo y la llegada del sonoro le afecta de una manera más personal de la esperada, y Ben, un niño al que la vida le da un vuelco al quedarse huérfano en 1977. Dos historias y 50 años de diferencia que el soberbio dominio de las técnicas narrativas de Haynes consigue hacer dialogar de forma brillante.
La historia de Rose está rodada al estilo del último cine mudo. El de Murnau o el de Chaplin. Por ejemplo. En blanco y negro, sin sonido, pero con una banda sonora musical que realza y subraya cada uno de los momentos con una precisión que recuerda a la de los números musicales. Y está protagonizada por Millicent Simmonds, uno de los descubrimientos de la película. La de Ben, encarnado por Oakes Fegley, el Peter de ‘Peter y el dragón’, recuerda en su aspecto visual y sonoro al Friedkin de ‘French Connection’ o al Scorsese de ‘Taxi Driver’. En una Nueva York multiétnica y multicultural, en plena decadencia urbanística y al son de la música de color.
Pero la maestría de Haynes consigue que dos mundos tan aparentemente alejados confluyan, se complementen y emocionen. Que esas dos historias de dos niños que no están dispuestos a aceptar la soledad en la que les ha tocado vivir y deciden salir al mundo para solucionarla, conmuevan. Sobre todo, en la primera hora de película. Pero debemos tener presente que ‘Wonderstruck’ es cine a lo Hollywood. Producido por Amazon Studios y con intención de contar para la carrera de los Oscar del próximo año. Y toda la elegancia, la sutileza y la fascinación inicial debe ir dando paso a una resolución que resulta apresurada y sobrexplicada. Razones de mercado, me temo.
El ruso Andrey Zvyagintsev es indudablemente una de las figuras de referencia del cine europeo actual. Tras ganar el León de Oro de Venecia en 2003 con ‘El retorno’, su ópera prima, es la cuarta vez que presenta película en el Festival de Cannes y hasta ahora siempre se ha llevado algún premio. Y no sería especialmente llamativo que ocurriera lo mismo con ‘Loveless’.
En esta ocasión, vuelve a hacer una crítica demoledora de la Rusia actual a través de la degeneración de un matrimonio de clase media en vías de divorcio y lo que ocurre cuando su hijo desaparece. La situación de la Rusia de hoy en día sintetizada en la crisis de una pareja que quiere construir una nueva vida.
Zvyagintsev opta por una puesta en escena pulcra y distante que pone de relieve la frialdad de sus personajes, individualistas, egocéntricos e incapaces de asumir las consecuencias de sus actos pasados, y de la forma de relacionarse entre ellos. Con una paleta de colores de tonos metálicos, grises y blancos cuya uniformidad prácticamente sólo se rompe con los chalecos fluorescentes que viste un grupo de voluntarios que de forma desinteresada ayuda a buscar al niño desaparecido y que contrasta con la burocracia policial que nada soluciona. Para Zvyagintsev en Rusia hay muchas cosas más frías que el clima.
A pesar del tono frío y distante de ‘Loveless’, Zvyagintsev logra que la tensión vaya creciendo a medida que avanza la película y se va acercando un anunciado frente frío con su correspondiente nevada y las calles, los parques y el ambiente en general se va haciendo más blanco y la nieve cada vez más presente y la necesidad de encontrar al niño perdido más urgente.
La película arranca con unos paisajes nevados, con unos troncos de árboles cubiertos de nieve al borde de un lago, una naturaleza muerta que aunque no lo parezca revivirá con la llegada de la primavera. Muchos nos tememos que Zvyagintsev no tiene muy claro cuándo llegará la primavera a la sociedad de su país. Aunque tampoco necesitábamos la obvia e innecesaria metáfora final para darnos cuenta.
En ‘Barbara’, la película que ha inaugurado la sección paralela Un Certain Regard, dirigida por Mathieu Amalric, éste vuelve a interpretar a un director de cine bastante desquiciado como en ‘Ismael’s Ghosts’, pero quien se luce es una soberbia Jeanne Balibar. Construida en torno al rodaje de una película sobre la diva gala, ‘Barbara’ no es un biopic, no es un documental, pero funciona como ambas cosas a la vez. Amalric hace un ejercicio de montaje en el que combina imágenes de archivo de la Barbara real, del rodaje de su supuesto biopic y de la vida de la actriz que la interpreta y consigue un artefacto fílmico imperfecto y excesivo, pero muy estimulante.
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