En esta 70 edición del Festival de Cannes en la que el presidente del jurado es un director de cine español (Pedro Almodóvar), el cartel lo protagoniza una actriz italiana (Claudia Cardinale) y la maestra de ceremonias de la gala inaugural es otra actriz italiana (Monica Bellucci), la película de inauguración debía ser francesa. Y el honor ha correspondido a ‘Ismael’s Ghost’ de Arnaud Desplechin, protagonizada por Mathieu Amalric, Charlotte Gainsbourg, Marion Cotillard y Louis Garrel, lo más granado del star system galo.
Tras haber sido injustamente desplazado con su anterior película, la notable ‘Tres recuerdos de mi juventud’, a la Quincena de Realizadores, Arnaud Desplechin, uno de los directores habituales del Festival de Cannes, vuelve a su Sección Oficial, con ‘Ismael’s Ghosts’. Y lo hace a lo grande, inaugurando el festival, aunque sea fuera de competición y en compañía de Mathieu Amalric, en su séptima colaboración, Charlotte Gainsbourg, Marion Cotillard y Louis Garrel.
El Ismael que da título a la película, interpretado por un Mathieu Amalric tan excelente como en él es habitual, es un director de cine en crisis creativa y en pleno rodaje de una película de espías (otro Dédalus – Louis Garrel-, como en ‘Tres recuerdos de mi juventud’, metido en enredos internacionales). Su vida salta por los aires cuando reaparece su esposa (Marion Cotillard), desaparecida hace 20 años y dada por muerta.
En la nota del propio Desplechin incluida en el material promocional de ‘Ismael’s Ghosts’, afirma que su pretensión era comprimir cinco películas en una. Y se nota. Para bien y para mal. Desplechin propone un juego narrativo entre realidad, ficción, pesadillas, presente, pasado. Entre lo vivido y lo imaginado. Un cruce continuo de referencias entre personajes y situaciones tan atractivo, como imperfecto. Una mezcla de géneros cinematográficos casi imposible, en la que salta de forma brusca y directa de una peli de espías al melodrama, del misterio a la comedia pasando, de un atípico triángulo amoroso – los mejores momentos de la película – al metacine, en un conjunto tan ambicioso, como irregular.
Desplechin no busca tanto fusionar los distintos planos narrativos, estilos y géneros de ‘Ismael’s Ghost’, sino enfrentarlos. Hacerlos chocar. Provocar que salten chispas al son de la excelente banda sonora con aires de Bernard Hermann, de Grégoire Hetzel. No busca la armonía, sino el contraste. Como en la vida de Ismael que va dando bandazos sin tener un rumbo predefinido. Forma y fondo se complementan de forma coherente y sugerente, aunque no siempre le funcione.
Desplechin huye de convencionalismos y aunque peque de exceso de ambición, sólo ver cómo ejerce de maestro de ceremonias en ese circo de varias pistas que él mismo se ha inventado resulta estimulante.
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