La crónica cotidiana de un hombre de mediana edad obsesionado con recuperar su empleo como ejecutivo se convierte en una brillante tragicomedia y también en un relato de horror cotidiano en la última novela de Pierre Lemaitre.
“Nunca he sido un hombre violento”, nos dice al inicio de Recursos inhumanos Alain Delambre, un antiguo ejecutivo parisino de 57 años que ha terminado con un contrato por horas en una empresa de mensajería, después de pasar cuatro años en el paro. Delambre se niega a admitir que se ha convertido en una de las víctimas inesperadas de la mal denominada “crisis” y del ataque furibundo del neoliberalismo de este milenio.
El hombre empieza a dar muestras de cierto desequilibrio cuando decide responder al humillante puntapié de su jefe con un contundente cabezazo (que, como era de esperar, termina en despido y denuncia). Pero Delambre no parece demasiado preocupado. Su plan es volver a ser admitido cuanto antes en los círculos empresariales de La Défense, y para ello está dispuesto a hacer lo que sea necesario, aunque suponga poner en juego su vida sentimental y familiar e incluso su integridad física. Condenado a la “humillación” de pasar a formar parte de la clase obrera, trama un plan enloquecido para recuperar su estatus laboral y la dignidad mancillada, como también hace el protagonista de la reivindicable película Arcadia de Costa-Gavras. Desgraciadamente, nada sucede como debería (o sí; para saberlo deberán leer esta jugosa novela) y Delambre termina implicado en un increíble simulacro de secuestro / juego de rol delirante promovido por un departamento de recursos (in)humanos sin escrúpulos.
Hasta ahora, Pierre Lemaitre había destacado con los excelentes y crepusculares noirs protagonizados por el comandante Verhoeven. Recursos inhumanos es, más que un policíaco, un relato naturalista de terror cotidiano. Su protagonista es un hombre empujado al abismo que inicia un inquietante viaje a los infiernos, en busca de una improbable redención que a veces se confunde con el deseo de venganza.
Narrado en primera persona, el relato ofrece un sabroso tono confesional que desmenuza los aspectos más grotescos de la filosofía yuppie y el pensamiento (único) del management. Delambre es un personaje complejo que adopta diversas identidades. Según el momento, puede mostrarse cándido hasta la exasperación o inquietamente cínico; deliciosamente (auto)caricaturesco o solemne como solo puede serlo un maníaco. Su crónica grotesca es una muestra elocuente de los terrores provocados por los nuevos monstruos a los que, sin ser demasiado conscientes, nos enfrentamos. El tono es el de una brillante morality play y también el de una comedia bufa que nos deja con una sonrisa congelada.
Resulta inevitable pensar que, aunque jamás haya sido un hombre de negocios, Lemaitre se identifica de algún modo con el nihilismo irónico de su personaje. El autor empezó tarde en la literatura, cumplidos los cincuenta años, en parte para satisfacer su verdadera vocación; en parte, preocupado por la pensión que le correspondería cuando llegara a la jubilación. Desde el principio tuvo claro que no quería hacer lo que él llama “literatura pretenciosa”. Sus libros son sorprendentemente diáfanos (lo que no impide que estén muy bien escritos), pero tras la aparente levedad late el pulso exasperado de la novela existencialista o del mejor polar francés.
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