Mañana empieza todo es una cómoda reflexión banal. La segunda película del director francés Hugo Gélin narra la historia de un ‘viva la vida’ (Omar Sy) que se enfrenta al dilema de criar un hijo inesperado en solitario. A pesar de ser un remake del éxito mexicano No se aceptan devoluciones – algo así como el Ocho apellidos vascos de allí – el film europeo viste de mensaje una divertida anécdota prolongada hasta llevar al límite el leitmotivs de los personajes. Mañana empieza todo no es ninguna revelación, pero si es más del que te esperes a priori. Es una revista de periodismo en profundidad con una la portada al estilo GQ. Sorprende en el interior.
Al ver el cartel se podría pensar que es una versión europeizada de En busca de la felicidad, con un Will Smith ennegrecido (más) y musculado (más). Pero no. Después del primer cuarto de hora de visionado, se podría llegar a pensar que estamos ante un Ice Age moderno y físico. Pero tampoco. Y cuando ya estás adentrado y llevas rato oliéndote que no es más que un recuerdo de aquel desgraciado Un padre en apuros, vuelves a palmar. Porque entonces, ¿qué es Mañana empieza todo?
Para empezar, es un film donde la metamorfosis es didáctica. Hay un punto de partida, un punto final, y el que hay en medio es nobleza aleccionadora. También hay espacio para la manía cómica comercial. Aquella que tira de la idoneidad cronométrica de acontecimientos aleatorios para aliñar un guion necesitado de ingenio. Pero se soporta por la obra y gracia del acaparador Sy y las agradables sumas humildes de Gloria Colston (Gloria) y Antoine Bertrand (Bernie). Un Omar Sy que, a pesar de estar solicitadísimo entre Francia (Monsieur Chocolat, Samba) y Estados Unidos (Jurassic World, Inferno), no para de seducir diferentes registros. En este caso, echando el resto en la expresividad, con unos ojos que suenan como trompetas y emanan amabilidad desbocada.
Equilibrismo en la dramedia
Todo hay que decirlo, a ratos el hilo narrativo pierde sentido. Las acciones son injustificadas o están mal presentadas. Y esto frena la fuerza empática que tiene el film. Que es como cortarle los pies a Andrés Iniesta o las cuerdas vocales a Lluís Soler. De hecho, esta mezcla de drama y comedia no es mezcla, sino consecución. Primero una, después la otra. Formando así un equilibrio de géneros final que, como el aceite y el agua, no se mezclan, pero es bonito ver.
Por lo tanto, con la fotografía a cargo de Nicolas Massart, trayéndonos un producto extraído de los filtros de Instagram para el cine – el mismo estilo que el de un anuncio Estrella Damm -, el aspecto comercial venderá y los mensajes trascendentes se colarán. Y al final, esta obra con delirios de grandeza por los olores a La vida se bella, en vez de prepotente, se nos hace amable. Y el discurso de moralidad final inevitable se nos hace, incluso, tragable.
PD: No os rompáis la cabeza contra el asiento al ver al peor actor de la historia del cine francés, haciendo de director de película de acción, y demostrando lo que es una sobreactuación.
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