En su obra ganadora del Pulitzer, August Wilson construía todo un drama familiar y social ambientado en los años 50 desde el patio trasero de una modesta casa de Pittsburg. Y ese es el material con el que Denzel Washington decide volverse a poner detrás de la cámara muchos años después de hacerlo en “The great Debaters” (2007) y “Antwone Ficher” (2002). Hablamos de “Fences” la última de las películas nominadas al Oscar este año, que llega hoy a las carteleras.
Troy Maxon (Denzel Washington) es un ex-jugador de béisbol que fue apartado de la liga mayor antes de consolidar sus sueños. Ahora vive en una casa modesta de un barrio modesto que se pudo permitir gracias a la compensación que le dieron a su hermano, ex combatiente con problemas mentales por las heridas de guerra. Trabaja en el servicio público de basura con su amigo Bono, y pasa las horas libres bebiendo, recordando tiempos pasados y rehaciendo la valla que rodea su patio. A su lado tiene a su esposa Rose (Viola Davis), un hijo, Cory (Jovan Adepo), que siente que no le deja progresar en la vida y otro hijo, Lyons (Russell Hornsby), músico que sólo aparece por casa para pedir dinero. Mientras intentan llevar una vida digna en una sociedad aún marcada por los prejuicios y el racismo, no dejarán de surgir entre ellos los conflictos familiares, las frustraciones y los reproches.
Denzel Washington y Viola Davis retoman así los papeles que interpretaron en la obra de Broadway y que entonces ya les valieron las respectivas nominaciones a los premios Tony. En la película se nota que se sienten cómodos, que han interiorizado los matices de Troy y Rose y transmiten sus alegrías y penas, luces y sombras, con gran convicción. Sus interpretaciones y también las de unos espléndidos secundarios, Jovan Adepo, Mykelti Williamson, Russell Hornsby i Stephen Henderson son el pilar que sustenta la trama durante el larguísimo metraje de 2 horas y cuarto.
El principal problema de “Fences”, pero, es que en muy pocos momentos deja de verse como una obra de teatro filmada, recordando que esta es una pieza concebida para otro espacio y otra interpelación al público, y donde el elemento cinematográfico poco más aporta. Denzel Washington decide ceñirse al texto dramatúrgico y renunciar a completar la historia con todos aquellos elementos externos que el espectador teatral ya debía cumplimentar y que ahora le toca imaginar al espectador de cine.
Y así, este se ve enfrentado a un espacio limitado donde se suceden diálogo tras diálogo. Interesante a ratos y declamado con eficacia, sí. Pero pasado el tramo introductorio de los personajes y antes de llegar al tercio final donde toman más fuerza los acontecimientos, se corre el riesgo de caer en el sopor si el contenido de las conversaciones entre los Maxon empieza a ser repetitivo o simplemente carente de interés por un espectador para quien empatizar con los protagonistas no será fácil.
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