Moonlight
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Auténtico cine intimista que muestra con gran realismo la dureza de las situaciones que vive su protagonista y analiza con rigor el choque generado entre el individuo y la sociedad. Puros elementos de cine de autor que nos permiten seguir la presencia del director en cada una de sus escenas y disfrutar de una producción de complejo montaje que llega al espectador sin caer en tópicos ni artificios.

Barry Jenkins traduce al lenguaje cinematográfico la obra de teatro “Moonlight Black Boys Look Blue” y nos relata en tres episodios la infancia, la adolescencia y la madurez de un joven afroamericano que sobrevive en los suburbios de Miami.

El título de la obra teatral es un juego de palabras que define perfectamente la esencia de la película: “a la luz de la luna, los chicos negros parecen azules”, de otro color…, o “parecen tristes”, si tomamos el significado más emocional del adjetivo. Y es que decir que Moonlight es una historia sobre intolerancia, homofobia, acoso, drogas o marginalidad sería quedarse únicamente en el contexto. Se trata más bien de un enfoque alternativo que utiliza estos elementos para dibujar un relato profundo y delicado capaz de sacar a la luz una temática muy pocas veces tratada en el cine: la masculinidad.

A lo largo de toda la película se desarrollan escenas que ponen de manifiesto el prestigio social con el que se premia al género masculino cuando éste renuncia a su faceta sensible. Expresiones que no aluden tanto a la homosexualidad del protagonista, sino más bien a esa obligación que se le otorga a los hombres, mediante la construcción de lo masculino, a asumir que hay una serie de comportamientos solo atribuibles a su género.

Moonlight

No conozco ningún movimiento social que reivindique esta limitación que sufre el hombre, ni tampoco estamos tan acostumbrados a ver este tipo de mensaje en el cine, sobre todo cuando hablamos de afroamericanos en entornos de marginalidad. Por eso el argumento de la película resulta tan novedoso y original. No se centra en una denuncia social como podría esperarse dados los colectivos representados (homosexuales, negros y pobres), sino en abordar el drama personal que esconde la esencia del individuo.

La habilidad de Jenkins hace que nos encontremos con un ritmo narrativo sutil que encadena linealmente los acontecimientos jugando con secuencias oníricas de intenso colorido. La naturalidad de las escenas y la sencillez de los diálogos dotan de elegancia a la historia, aunque en ocasiones pueda resultar algo lenta. Desconcierta un poco tropezarse con el gran Caetano Veloso entre tanto Hip Hop, pero todo queda compensado por el magnífico trío interpretativo que encarna al protagonista, cuya acertada elección se reconoce también en el original cartel de la película compuesto por la suma de sus tres rostros.

En definitiva, una producción deslumbrante en la forma y sorprendente en el fondo, con valores cinematográficos indiscutibles y un mensaje bastante original de crítica a la masculinidad impuesta, que quién sabe si este año no terminará convirtiéndose en la sorpresa de los Oscar. Para empezar, cuenta ya con dos galardones que suelen ser bastante indicativos del resultado del certamen: Globo de oro a la mejor película dramática y premio a la mejor película por la Asociación de Críticos de Los Ángeles. Y todo esto… sin olvidar la más que evidente posibilidad de que en esta edición se intente compensar la ausencia de nominaciones a actores negros que tanta polémica generó el año pasado.

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