Los que somos fans de Biffy Clyro hace tiempo que sabemos que con la banda escocesa tenemos, al menos, un 2 por 1. Por un lado están sus discos, siete ya desde el inical “Blackened Sky” (2002) hasta el último “Ellipsis” (2016). Y por el otro están sus conciertos. Ir a un directo de los Clyro es como descubrir un nuevo sonido, sus temas más rockeros ganan enteros de energía y electricidad, y las baladas calan unos cuantos grados más a flor de piel. El de ayer no fue una excepción.
Barcelona era la ciudad elegida para arrancar su nueva tanda de conciertos por Europa. Y el telonero uno de los nombres en alza de la música británica: Frank Carter & The Rattlesnakes. Con un disco recién publicado la semana pasada, “Modern Ruin“, el ex-líder de Gallows y Pure Love, volvía a Barcelona con su nuevo grupo, pocas semanas después de haber actuado en el Razzmatazz, para dar la bienvenida con su energético hardcore punk al goteo de gente que iba entrando en el Sant Jordi Club. Un prolegómeno de nivel que cumplió con creces la función de calentar el ambiente para el cabeza de cartel de la noche.
A las 21:30, los hermanos Johnston, Ben a la batería y James al bajo, subían descamisados al escenario entre las notas corales que servirían de preludio a la apertura. El cantante Simon Neil lo hacía con una camisa azul floreada y el cabello recogido, para arremeter sin preámbulos ni presentaciones “Wolves of winter”.
Cinco temas les hicieron falta a Biffy Clyro para tomar el pulso a la sala, ajustar un sonido que de entrada ocultaba en exceso la voz de Simon y poner a rodar las canciones de su último y más experimental disco, como la mencionada apertura o “Friends and enemies” y “In the name of the Wee Man“. Pero cuando cogió la guitarra para interpretar la siempre infalible “God & Satan“, ya tenía toda la platea en el bolsillo.
Con el duelo de guitarra y batería que daba paso a “Living is a problem because everything dies“, Simon Neil se despojaba de su camisa y la sujeción de la melena. Y como si aquella fuera la señal para despegar definitivamente, el concierto emprendió su crescendo.
Ensalzados por un sencillo pero muy efectivo juego de luces de varios colores, los Biffy Clyro hicieron patente su versatilidad desplegando un repaso por sus temas más eléctricos intercalados con las más íntimas baladas. Saltando sobre todo por los discos más recientes, el setlist obvió sus inicios, y sólo de su tercer disco rescataron “Glitter and Trauma“. Tema que vio una de las pocas aproximaciones físicas entre los miembros del grupo. Poco dados a esta clase de números, su compenetración sí que se hizo evidente en el plano instrumental; cada uno en su sitio, ejecutando su papel, pero a la vez contribuyendo al de los otros para producir un resultado superior a la suma de sus factores.
Y así a base de energía, mucho sudor y algunas breves interpelaciones al público, fueron sonando las versiones más potentes de “Howl”, “The Golden Rule” o “Herex”, las más coreadas de “Bubbles”, “Mountains” o “Black Chandelier” y las más emotivas de “Re-arrange”, “Medicine” o “Many of horror”.
La culminación del show vino en forma de unos bises que después de una disimulada pausa muy breve, enseguida devolvía el grupo al escenario para la tripleta final: primero Simon saltaba de nuevo a aquel “Puzzle” de 2007 para, guitarra acústica en mano, hacerse acompañar del público en los versos de “Machines“. Acto seguido, era evidente que nadie abandonaría el Sant Jordi sin saltar y soltarse al ritmo de uno de los hits de “Ellipsis“: “Animal Style“. Y las ráfagas de metralleta guitarrera de “Stingin’ Belle” pusieron el punto y final a hora y tres cuartos de concierto.
Poco a poco, el público del Sant Jordi Club volvía a atravesar las puertas hacia una de las noches más frías del año en Barcelona. Dentro de la sala, con la energía de los Biffy Clyro, lo habíamos olvidado todos por un rato.
Hacer Comentario