Frantz
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Si  hubiera un festival exclusivo de carteles de cine (que no he sabido encontrar), con una categoría con distinción a la coherencia, Frantz y su póster promocional tendrían todos los números de arrasar. Dos protagonistas que recogen toda la acción. Uno desdibujado (Pierre Niney como Adrien) y la otra retratada con claridad meridiana (Paula Beer haciendo de Anna). Blanco y negro dominante. Metáfora visual de lo que se encontrará en un film más trascendente y bien retorcido que alentador. Una película perdedora y maja.

¿Saben aquello que hacen con los niños secuestrados de pedirles que respondan a una pregunta que sólo ellos sabrían responder, para que la familia esté segura que no es un fraude el niño con el que hablan por teléfono? Pues, en el indeseable caso que secuestraran a François Ozon, quizás le pedirían que hiciera una película, y quizás esta sería Frantz. Y si así fuera, creedme, no  habría duda, es Ozon. El postmodernismo sulfurando, la intensidad emocional explotada, el montaje cuidadoso y la atmósfera cargada. No hay duda, es Ozon. Esta vez, pero, con la conexión de los ganchos clásicos de cualquier relato, el perdón y la culpa, como protagonistas de un relato post-Primera Guerra Mundial. Dejando atrás sus anteriores trabajos, como En la casa o Una nueva amiga, el director francés nos empuja a una macro-fotografía de las heridas de una guerra: un soldado proveniente de Francia (Pierre Niney), haciendo todo el camino hasta un pequeño pueblo germánico, sólo para dejar flores en la tumba de un soldado alemán muerto, Frantz. Y a su alrededor, una familia todavía trastocada, la chica prometida del fallecido (Paula Beer) y un pueblo con el odio punzante de rápida expresión.

Frantz François Ozon

La historia camina lentamente y se deja apoyar en su carencia de color casi total para ilustrar una época cruda. Un relato elegante y faltado de alegría. Gracias al martillo que supone cada palabra en la boca de Paula Beer, Anna es magnética y de una dureza relativa, que evolucionará con el film. Por alguna razón fue premiada en la Muestra de Venecia 2016 como mejor actriz emergente. Acompañada de un Pierre Niney que se las ha visto y deseado para cumplir todas las exigencias del guión (aprender a bailar, hablar alemán, tocar el violín), la auténtica protagonista es la máxima representación del bando perdedor: la tristeza, el luto, el perdón y el vacío. Justo en este enfoque es en el que se diferencia de la historia ya explicada en Remordimiento (1932) de Ernest Lubitsch, que ponía el foco en el soldado francés.

Y si bien son drásticas las pequeñas incursiones al color, que Ozon introduce con puntualidad, no se hace nada obvio ni redundante como recurso. Más bien inconcreto. Pero también emancipador. No tan icónico como el famoso plano en blanco y negro de La lista de Schlinder con la niña del abrigo rojo, pero con la misma sensibilidad e inteligencia que el precedente gigantesco. En todo caso, acordaos, no todas las derrotas son bonitas/ ni todo borracho, hombre sabio, que dice Ismael Serrano, y Frantz nos lo recordará con planos dolorosos, una supeditación de la mentira a la verdad muy quemada y una obra global más emotiva que emocional.

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