Infiltrado
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Cuesta imaginar a un Jim Parsons (Sheldon Cooper) despreocupado y en modo ‘casanova’ con las chicas? Y a un Hugh Laurie (Dr. House) simpatiquíssimo y apacible? Pues, a modo de entrenamiento, podéis empezar viendo a Bryan Cranston (Walter White, ‘Heisenberg’, a Breaking Bad) haciendo de policía anti-droga. Magia la de él y ambición la del director, Brad Furman, para presentarnos un thriller frenético y desmedido que con el reparto maravilla a los ojos y con el guion vuelve loca a la cabeza – demasiado, para ser concretos-.

Del clásico “esta es mi última misión” de Robert Mazur (Cranston), un agente de aduanas que ya podría estar cobrando una digna jubilación, nace el relato más magnánimo sobre el cártel colombiano y la relación con la banca americana de los últimos años. La historia, basada en hechos verídicos del 1986, circulará a través del tenso papel del protagonista, infiltrado en la red de narcotráfico más peligrosa y cariñosa del momento. A base de pasar pantallas de confianza, la escala de implicación emocional de Mazur, conocido en el mundillo como Bob Musella, tensará la duda interna y su situación como padre de familia. Clichés aparte, el film olerá al Sicario de Villeneuve o a una secuela de Narcos, de Netflix. Pero más movida, más personal y menos clara.

A bandazos, o a golpes de timón, la narración no consigue pararse en la profundidad de ningún personaje más allá del de Cranston. Ahora bien, el desmesurado casting te va espetando descargas de taser eléctrico agradable. Un poco de severo-agresiva Amy Ryan (El puente de los espías) por aquí, una pizca de Benjamin Bratt (El mensajero) casi entrañable por allá, incluso, un toque de prometedora Diane Kruger (De padres a hijas) para completar la soberbia de Bryan Cranston. Y dónde hace más daño esta manía por presentar personajes de poco recorrido es con Rubén Ochandiano haciendo de narco local, con un desparpajo de bandera y una gracia de maleante latino incorregible.

Infiltrado

‘Limitaciones que hacen crecer’

Hace justo 8 días, el adorable Carles Capdevila reivindicaba los espacios de contenidos limitados, pequeños. Y decía “cuando eres consciente de lo que no puedes hacer, te concentras mucho más en sacar el jugo de lo que sí tienes al alcance”. Quizás la columna diaria de Carles llega tarde para aconsejar a Furman. O quizás llega justo a tiempo por punir su obra. Infiltrado resulta una difusa lluvia de personajes, cargos, casas, escenarios y aventuras insuficientemente contextualizadas. Cautiva pero marea. Sabes que estás a la línea de autobús correcta, pero no tienes clara la dirección del trayecto. El ejercicio de relato mesiánico zarandea la narración y pixela el retrato del cártel colombiano sacando dinero de los blanquísimos Estados Unidos. La ambición de Furman querría una miniserie y no 127 minutos de pollo relleno a punto para estallar.

Es decir, lo que empieza siendo una brutal crónica dirigida con furia y detalle acaba mezclando intensidad con exceso. Exceso de información, de descolocación, de Cranston-dependencia. Pero hace innegable que, el mismo que dirigió Runner runner y El inocente, es un ávido narrador en progresión. Sobre todo si mantiene la seca y tensa incorrección del guion de Infitrado y cierra el plano: ver menos espacio, ver más claro.

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