El editor de libros es un biopic sobre una época y una persona hecha acontecimiento, Max Perkins (Colin Firth), quién acogió a la vez en su cartera a: Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y Thomas Wolfe. Sobre la relación abductora con este último se sustenta la historia. Y por si fuera poco, con el renovado Jude Law como escritor alocado. Sólo falta un elemento para el triunfo, saber llegar al público, y es aquí donde la película encuentra, en su histrionismo medido, su límite, su tope, y se adivina un paso fugaz por la cartelera y la memoria colectiva.
En blanco y negro, de la ausencia de color, de la ausencia de éxito, nace el film, cuando Thomas Wolfe era el hombre más rechazado de Nueva York. Hasta que alguien creyó en él, y este alguien es, en esencia, un hombre tan enfermo por la lectura como Wolfe por la escritura, el señor Perkins. Hermanados por la genialidad del escritor y la entrega del editor, el film atraviesa el mundo detrás de los libros que marcaron la literatura americana el principio del siglo XX, desde El gran Gatsby a Look Homeward, Angel. Aquel mundo curioso que tanto se agradece conocer y tan difícil es que no parezca un documental. A partir del éxito del debut de Wolfe, la trama real nace de la titánica tarea de mantener el nivel, de la obsesión desprendida de la pasión enfermiza, de la creación de Time and The River.
No sólo forma parte de esta nueva etapa de madurez para Jude Law, sino que además resulta el primer film del director, y también productor, Michael Grandage. Con el guion aportado por el libro Max Perkins: Editor of genius, de Scott Berg, la película circula con el interés desprendido de los hechos a narrar, pero con la incertidumbre del cómo: no se sabe si pretende ser empática con la actitud alocada y magnánima de Thomas Wolfe o si es un retrato distante, si quiere contagiar o si quiere ser informe médico. No se sabe. Y la incertidumbre, en el cómo, acostumbra a ser un fracaso.
Por el contrario, Colin Firth (Kingsman, El discurso del rey), moviéndose en su zona de confort más extrema, su sofá de casa, el papel de hombre recto, elegante, frío, con sombrero, es pura crema. Y así hace de contrapeso perfecto para un Law desbocado, a la vez acompañado de su pareja de pasiones Nicole Kidman (Los otros, Moulin Rouge). La rubia, esta vez, en el papel de amante damnificada por la literatura, acogerá un papel pequeño pero humano, que devolverá la terrenalidad a la narración.
En definitiva, el relato afronta el auténtico drama del escritor prolífico: los recortes. Tener que borrar palabras antes escritas para hacerlo más comprensible, comercial o comestible. Y de cómo Thomas Wolfe lo llevaba con peligrosa frustración. También habla del paso del tiempo, de la vida de los que no son genios y de la necesidad de los mismos, del éxito fugaz, de los males de la escritura y del coste familiar de llevarte las emociones al trabajo. Todo escrito y filmado. El problema es, una vez más, quién mucho abarca poco aprieta y que la inconcreción acaba castigando el intento loable de cultura maravillosa.
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