El Festival de Otoño en Primavera no deja de sorprender con las apuestas que residen en la Sala Roja de Los Teatros del Canal. Esta vez, una producción de FC BERGMAN aterriza con una historia preciosa y estremecedora a la vez que se desarrolla sin necesidad de emitir una sola palabra.
Al sentarse en una de las butacas del teatro, el espectador se traslada automáticamente a un pueblo invadido por la vegetación y por las supersticiones. Seis casitas de tres paredes por las que sólo se puede acceder a su interior mediante el travelling de una Blackmagic que, contemplando la intimidad de los ciudadanos (gracias a esa eliminada cuarta pared), se proyecta en directo. En el exterior, reside un hombre sentado frente a un lago del que saldrá un cordero ahogado.
En los domicilios ocurren situaciones un tanto extrañas y surrealistas pero que van íntimamente ligadas a leyendas religiosas. Si seguimos el orden de las agujas del reloj, la primera casa está ocupada por un hombre encamado que juega con una paloma enjaulada (después el viejo se substituirá por un niño); la segunda casa está habitada por un matrimonio con una niña con síndrome de Down que, aparentemente, parece que cenan tranquilamente pero acabarán por comerse hasta los muebles; en la tercera casa se encuentra una chica joven virtuosa tocando el piano y a una señora estricta que no la deja descansar (a su lado tienen una bañera con agua muy caliente); en la cuarta casa se halla un hombre que se está masturbando y una mujer pariendo en el váter dolorosas caracolas de mar; en el penúltimo hogar residen unos cuantos chicos que intentan direccionar sus dardos hacia una diana y acabarán por disparar con una pistola a la manzana que tiene justo uno encima de su cabeza; finalmente, en la última casa se observa a un chico que posee una miniatura del pueblo y que trata de destruirla a base de petardos.
Continuamente, se observan los movimientos de estos personajes que juegan al engaño con sus acciones dentro y fuera de la casa. Se trata de una dirección muy bien medida consciente de que está contando una verdadera tragedia humana y que se atreve a compaginarla con toques de humor y surrealismo. Para ello, utiliza una banda sonora basada casi siempre en música clásica mostrando su capacidad de transmitir con la gestualidad del actor o actriz. Johann Strauss, Vivaldi o Nina Simone resucitan en escena de forma majestuosa dando presencia al gesto como unión entre el cine y el teatro.
La aldea que se retrata refleja un estado de incertidumbre e inconformismo silenciado que se percibe en su totalidad en el joven que intenta destruir su pueblo -en miniatura o no- para crear su propio destino. Lamentablemente, eso es algo que no conseguirá lograr nunca porque el resto del pueblo se ocupa de exterminarlo como cuerpo impuro para entregarlo a Dios y darse a él. Cuando todo se desencadena hacia la violencia extrema por mantener la pureza del lugar, los seres quedan desvalidos y entregados al ser superior como único responsable de sus vidas.
300 el x 50 el x 30 el corresponden a las medidas del arca de Noé que fue el único elemento capaz de salvar a algunos seres del diluvio que Dios había preparado por sentirse enfadado y decepcionado ante la conducta humana. ¿Debemos, entonces, prepararnos para otro diluvio?
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