La fiesta de las salchichas
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Carne de anécdota familiar navideña: “No os lo creeréis… ¿Os acordáis del día aquel que tenía que llevar al niño al cine? Pues él quería ver una de dibujos y…” Mec. La fiesta de las salchichas es el último lugar recomendable para que un padre despistado esté cerca. La irreverente y promocionadíssima idea de Seth Rogen, Evan Goldberg y Jonah Hill es un apoteòsic producto por adultos, empaquetado con todos los honores gráficos y censurado por nadie. Una casa de metáforas nunca sutiles.

Premisa sencilla: “¿Por qué no fabricamos una película donde los productos a vender tengan vida y el supermercado sea su universo? Va”. Idea extra: “¿Y por qué no los imaginamos como unos malhablados terriblemente ofensivos y cachondos sexuales?”.”Avanti”, dijo alguien. Y, con un equipo de gala, como el director experto en animación Conrad Vernon (Shreck, Madagascar) y los guionistas de Supersalidos y Superfumados, abanderados de la nueva comedia americana perversa, se crea este culto al despropósito.

El 4 de julio, nuestros protagonistas, unos frankfurts y un paquete de panecillos de hot dog con deseos carnales, se emocionan por la inminente elección que algún cliente hará de ellos. Los comprará y se los llevará al Gran Más allá, que es como denominan al paraíso imaginado fuera del supermercado. Pero la realidad encontrada y la búsqueda de su difusión les sacudirá las estanterías. Es así como avanza el blockbuster animado más insultante, descarado y grosero de la última década. De hecho, habría que echar 17 años atrás para encontrar aquel Más grande, más alto y sin cortes de South Park.

Más que una película de comedia sucia, parece un capítulo estirado de una serie nunca rodada. O una canción del grupo Lonely island hecha film. Un escenario donde los personajes son planos y el guion de la aventura es bastante más flojito que la idea base. Pero que aún y así te atrapará por la visualidad de las ridículas piernas y brazos surgidos de una salchicha con guantes blancos como colofón. Una salchicha acompañada de su bollito de hot dog, un pan de bagel judío, un pan de pita árabe y una taco mexicana.

La fiesta de las salchichas

En esencia, la película es una excusa para hacer todo tipo de chistes verdes, retórica crítica con la autodestrucción humana y, por supuesto, mofa de cualquier mito religioso. Todo se vale en una obra espectacularmente diseñada a nivel de imagen y sonido. Si bien en la música manda el que fue el director de la banda sonora de La bella y la bestia, en el resto de la sonoridad se impone un torrente de potencia en cada acción explícita.

De la bolligamia al pizzicidio

Con la evidente referencia burlesca al mundo de Disney Pixar, el relato flota por el corcho de su original idea tanto como puede. El siempre divertido ejercicio de imaginar realidades imposibles hace amena una historia sin mayor trascendencia. Ahora bien, el acertadísimo final y las lucideces, por instantes, en forma de gag hacen brillar con gracia el largometraje. Desde la idea de practicar sexo entre bollos  – denominada bolligamia – a la referencia de una taco mexicana y lesbiana a la condecorada frase de Pulp fiction: “caballeros, no empecemos a comernos las pollas todavía”.

Y, casualidades de la vida, el film llega a la vez que el hit del Pineapple pen se hace viral. Puede ser la divina providencia o quizás es que la frase “con la comida no se juega” ha quedado repentinamente descatalogada al mismo tiempo que los acentos diacríticos catalanes. En todo caso, La fiesta de las salchichas consigue su objetivo de hacer brotar la risa más sucia que tenemos guardada y un pequeño pensamiento que harás la próxima vez que vayas a picar algo de la nevera.

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