La vida es una comedia escrita por un sádico, nos dice Woody Allen en su nueva película, Café Society. Éste era el término empleado para describir a las personas que asistían habitualmente a los restaurantes y clubes nocturnos de moda en los años treinta. Allen sitúa su nuevo film en esta época, entre Hollywood y Nueva York, a medio camino entre la comedia y el drama. Es la historia de Bobby Dorfman, un joven de familia humilde que llega a Los Ángeles con la intención de trabajar en la industria del entretenimiento aprovechando los contactos de su tío, Phil, un agente de estrellas del cine. Bobby se enamora de Vonnie, la secretaría de Phil, que sale con un hombre casado. Triángulos sentimentales, infidelidades, desengaños amorosos, reencuentros azarosos, elementos recurrentes de Woody Allen que se encuentran en esta crónica sentimental que, desde el encanto y la ligereza, revela sentimientos profundos y complejos.
De la misma manera que una de sus mejores películas de los últimos años, Midnight in Paris (2011), Café Society tiene un marcado tono crepuscular. Arranca como una comedia romántica de enredos amorosos pero se vuelve una historia agridulce, melancólica, un retrato entristecido del alma humana y de las contradicciones del deseo. La forma, el envoltorio del film es alegre, pero el fondo es fundamentalmente triste y encierra un mensaje devastador sobre la impotencia y la soledad del amor no correspondido que estalla en la secuencia final y el mágico fundido encadenado de dos rostros melancólicos con el que termina la película, uno de los mejores finales que ha visto quien escribe estas líneas en años.
Café Society es también una mirada nostálgica al Hollywood clásico, esa fábrica de sueños en la que creció Allen y que tanto le influyó; y a la Nueva York del jazz y de los clubs nocturnos. Para transmitir esta nostalgia, Woody Allen se ha apoyado fundamentalmente en la labor de Vittorio Storaro, uno de los mejores directores de fotografía del cine moderno, ganador de tres premios Óscar, por Apocalypse Now (1979), Rojos (1981) y El Último Emperador (1987). Su trabajo se centra en el efecto psicológico que tienen los diferentes colores y la manera en que éstos influyen en la percepción de las diferentes emociones. En Café Society, el primer film del director neoyorquino rodado en digital, Storaro contrasta los tonos cálidos, anaranjados, irreales, del Hollywood de los años 30 con la fotografía más sombría de Nueva York. Luces y sombras para el retrato de las dos Américas, del conflicto clasista y la perfecta metáfora de la dualidad sentimental de los protagonistas.
Como es habitual en las películas de Allen, los actores están excelentes. Destacan los dos principales, Jesse Eisenberg y Kristen Stewart, que con sus brillantes interpretaciones son capaces de transmitirnos diferentes emociones con naturalidad. El tercero en discordia, Steve Carell, un actor siempre reivindicable, también luce aunque menos debido a que su personaje es menos rico en matices que los de la pareja protagonista. El resto de personajes que transitan por el film son estereotípicos y su idoneidad en la función es desigual. Woody Allen, que concibió el film como una novela (y ciertamente se asemeja a una de Scott Fitzgerald), se reserva el papel de narrador, subrayando así sus intenciones.
Café Society es una obra hermosa y triste a la vez, como todas las películas que amamos. Como la vida misma. Woody Allen nos cuenta una historia sobre nosotros mismos, sobre la insatisfactoria distancia que hay entre lo que queremos y lo que tenemos, y lo hace con una sencillez y una profundidad admirables. Vayan a verla.
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