Aprovechando el centenario del nacimiento de Arthur Miller llega El Preu, una propuesta desgraciadamente vigente que bajo la brillante dirección de Sílvia Munt se representa en el Teatre Goya de Barcelona.
Una crisis económica, en este caso el Crack del 29, sirve de telón de fondo para situarnos en un solo espacio, una casa llena de muebles viejos. Una pareja, Víctor y Esther, los tienen que vender porque el edificio debe ser derribado y para ello llamarán a un tasador. Pero la aparición del hermano de Víctor, Walter, encenderá un castillo de fuegos dialéctico. Hace dieciséis años que no se ven y todo un mundo que desconocen el uno del otro.
Las crisis económicas hacen tambalear los cimientos del capitalismo pero también los de nuestras estructuras familiares. El instinto de supervivencia hace aflorar a la superficie lo más profundo de la especie humana. Lo esencial se pone sobre la mesa y cada uno de nosotros establece su orden de prioridades. El miedo, la responsabilidad, las ilusiones, los proyectos personales … la adversidad, en definitiva, aparece como detonante, como prueba de fuego de nuestra propia existencia. El preu, pues, no habla sólo del valor monetario que pueden tener toda una serie de muebles y trastos que ya no son útiles. El precio, del que habla Miller, es el de nuestras elecciones, el de nuestras decisiones, el de nuestras vidas.
Ya no hay marcha atrás. Lo que hemos escogido marcará para siempre nuestro futuro. La irreversibilidad, la utilidad del perdón y el pesar son las cartas con las que en un tour de force extraordinario se enfrentarán dos monstruos de la escena actual catalana. Pere Arquillué y Ramon Madaula se amalgaman en una historia excelentemente dirigida por Silvia Munt. Un ritmo adecuado que nos invita a masticar los interrogantes y a tomarnos una pausa para ir encajando las piezas de la historia. Hay que realzar, además de los destacables matices interpretativos de Rosa Renom, la espléndida interpretación de Lluís Marco haciendo de un tasador que aporta un toque justo de cinismo y de humor como contrapunto a una situación que se va tensando por momentos.
Las sombras proyectadas en el escenario, en un espacio donde la acumulación de muebles a un lado deja ver el vacío de la otra, aparecen como un fantasma del que no podemos deshacernos. Un vacío que nos golpeará y que bajo un texto extraordinario sabrá construir una función en tiempo real para ir llenando todos aquellos agujeros que conducirán el relato hacia su resolución. Donde lo que quedará será, más allá de envidias y culpables, la visión de que cada uno hace lo que puede con lo que tiene: con los propios miedos, con las propias certezas y con las propias ilusiones. Para, al final, acabar entendiendo que cada decisión que tomamos tiene su precio.
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