A lo largo de muchos años de filmografía y mientras crecíamos con sus películas, hemos ido descubriendo diferentes facetas del director Steven Spielberg. A una de ellas siempre se la ha acusado de ser demasiado bonista, infantil e incluso cursi. Pero ni siquiera a esta cara del realizador que nos ha dejado grandes clásicos del cine, se le puede negar su gran capacidad de conectar con las emociones humanas. En esta vertiente situamos “Mi amigo el gigante”, el último film del rey Midas de Hollywood que hoy aterriza en la cartelera.
El escritor británico Roald Dahl, autor de otros clásicos como “Charlie y la fábrica de chocolate”, ”Matilda” o “James y el melocotón gigante” es quien le sirve la historia de su libro “El gran gigante bonachón” al Spielberg más niño. Y este lo coge como un traje que le va perfectamente a medida.
En “Mi amigo el gigante”, que ya tuvo una adaptación en dibujos animados en 1989, la historia de Dahl cobra vida con una mezcla de personajes de carne y huesos y de la magia de los efectos más modernos. Su pequeña protagonista es Sophia (Ruby Barnhill), una niña que vive en un orfanato donde no se siente muy adaptada. Una noche, mirando por la ventana, ve a un gigante (Mark Rylance) cazador de sueños que, por miedo a que ella delate su existencia, decide secuestrarla y llevársela a la tierra de los gigantes. La relación entre los dos irá evolucionando desde la desconfianza inicial hasta una estrecha amistad. Y entretanto deberán enfrentarse a un grupo de gigantes no tan buenos como el nuevo amigo de Sophia, una misión en la que llegarán a involucrar a la mismísima Reina (Penelope Wilton).
La trama, llena de gigantes buenos y malos, de bromas sin malicia, sueños mágicos y niñas inocentes, no da pie a demasiadas capas de lectura. Lo que vemos es un cuento infantil y cargado de ternura, sin pretensiones de que los adultos puedan descubrir en ella nada más que lo que conecte con su propio niño interior.
Pero quien está tras la cámara es Steven Spielberg y eso eleva bien arriba la calidad fílmica de “Mi amigo el gigante”. La combinación de planos, como saca partido de la proporción entre los distintos tamaños de los elementos de la película o la coreografía de algunas escenas como aquella en la que el gigante avanza ocultándose a las miradas de los humanos, son francamente notables. También el uso que hace de los efectos especiales para realzar la magia de lo que narra sin parecer demasiado artificioso.
El máximo exponente es el gigante, versión digitalizada del actor Mark Rylance (que parece que solidifica su relación con Spielberg con quien trabajó en “El puente de los espías” y volverá a hacerlo en “Ready Player One”). Integradísimo en la historia, a ratos incluso más que la niña protagonista, Rylance nos entrega un gigante cálido, emotivo y entrañable que roba el corazón de la primera a la última aparición.
Dos pesos pesados más, el cinematógrafo Janusz Kaminski desplegando una preciosa paleta de colores y sincronizada combinación de luces y oscuridad, y John Williams aportando su infalible batuta a otra emotiva partitura, acaban de colorear esta tierna aventura que hay que ver con ojos de niño.
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