Gilbert (Beto) Hernández es toda una leyenda del cómic underground, es uno de los míticos Hernández brothers que revolucionaron la escena en la California de los años ochenta mediante la revista Love & Rockets. En dicha publicación se podían encontrar historias sueltas de cada uno de ellos, algunas serializadas y otras autoconclusivas pero todas con un marcado toque personal: Jaime Hernández hablaba de jóvenes chicanos en la escena punk de California. Sus historias marcaron a generaciones enteras de jóvenes que recuerdan Love & Rockets (o los recopilatorios posteriores) como algo mucho más que un tebeo. Aún recuerdo al director de teatro, Iván Morales, hablándome de Jaime Hernández con los ojos encendidos, recordando sus años en Estados Unidos y lo mucho que le influyó el autor. Por otro lado, Beto se centraba más en sus influencias del realismo mágico, narrando historias en el pueblo llamado Palomar, un lugar ficticio situado en una zona no especificada de América Central. Palomar es un contenedor donde depositar todas las obsesiones del autor y así narrarlas de manera serializada. Como el Macondo de García Márquez, La Comala de Juan Rulfo o el Yoknapatawpha de Faulkner, en Palomar puede pasar cualquier cosa, desde algo tan mágico como un nacimiento hasta el asesinato más cruel.
Julio vivirá cien años. Nace en la primera página, en 1900, y en la última muere, en el año 2000. Junto a él, su familia y amigos veremos pasar el siglo XX, el siglo de las guerras y de los derechos sociales. Un siglo lleno de muerte, sonrisas intereses amorosos y desgracias.
Antes de empezar el cómic, Beto nos regala una página con un gracioso árbol genealógico dibujado. Quizás en su momento era de ayuda ya que la serie, en su formato original, se publicó por entregas y hay toda una evolución de tiempo y una gran cantidad de personajes. Pero en este formato, por cierto, a un precio ridículo de doce euros, los personajes son muy reconocibles, Beto dibuja algún rasgo característico a cada uno de ellos y todos tienen una (sorprendente) expresividad en la (aparente) sencillez del dibujo.
Otro punto a destacar es la habilidad de Beto Hernández con las elipsis. La narración fluye de manera elegante, pasan años, décadas y el lector va de viñeta en viñeta sin la menor sensación de brusquedad o corte. El día de Julio es un tomo fácil de leer que tiene poso de gran saga familiar, comparable con cualquier obra de cualquier género. En sus páginas habitan hasta seis generaciones de la misma familia y ahí caben una gran cantidad de géneros. Podemos encontrar desde un relato extremadamente sensible y al pasar la página hay un detalle cruel o un hecho que marcará a los hijos de los protagonistas. Lo dicho, como la vida misma.
Ver al protagonista, a Julio, en su primer día de clase con una emoción que contagia a lector, eso es muy difícil de conseguir, y en cuatro viñetas sin texto da un giro a la historia que deja petrificado al más insensible. Hay muchos ejemplos, como el surrealista momento en que se pierde el padre de Julio o la hermosa historia del descubrimiento de su sexualidad por parte de Julio Tomás. En cualquier caso no crean que el relato se polariza entre lo bello y lo cruel, ahí está el secreto de Beto Hernández, todo está bañado con un fino sentido del humor y esa sensación de que todo es posible que solo un maestro puede conseguir.
Editorial: La Cúpula
Web editorial
Páginas: 116
Precio: 12 €
Guión: Beto Hernandez
Dibujo: Beto Hernandez
Formato: Rústica, blanco y negro, 16,3 x 24
ISBN: 9788416400263
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