Escapade Theatre nos presenta estos en el Teatro Gaudí de Barcelona un musical sobre el clásico de Lewis Carroll al que le falta imaginación e imagen.
La historia de Alicia es bien conocida por todos, desde los lectores de Carroll hasta los espectadores que han disfrutado de la versión animada o de la más reciente de Tim Burton, que justamente estos dias vuelve a los cines con Alice Throught the Looking Glass (2016), dirigida por James Bobin con producción de Burton. En la versión teatral que nos ocupa, la directora Sue Flack adapta la narración al formato musical en una versión en inglés subtitulada al catalán que los espectadores pueden seguir en dos pantallas instaladas a lado y lado de la sala teatral que sitúa su escenario en medio. Al contrario de lo que se podría pensar, el seguimiento del texto es sencillo, siempre y cuanto haya la necesidad de seguir la literalidad, principalmente, de las canciones que dan cuerpo al texto. Una razón por la que pienso que el montaje es muy recomendable para estudiantes de inglés -jóvenes y adultos- que quieran escuchar la lengua inglesa en otro formato diferente a los habituales listenings de las escuelas de idiomas.
Igual que considero que los alumnos son un buen público, pienso que el resto de espectadores que no vayan con esta inquietud saldrán decepcionados de la sala. Uno de los textos más imaginativos se transforma en un espectáculo al que le falta mucha imaginación para ser creíble. Es decir, Alicia es un personaje que se adentra en un mundo maravilloso y fantástico al tiempo que hace el paso de la infancia a la adolescencia y, en consecuencia, a la vida adulta: abre puertas grandes y pequeñas con las llaves equivocadas, se agiganta, se empequeñece, se enfrenta a un barretero loco, a un conejo que siempre llega tarde, a una tortuga milenaria e incluso a un gato omnipresente…. Pero todo esto es difícil de creer cuando es muy visible el cambio de una puerta a otra por parte del equipo de atrezzo, cuando los personajes van vestidos con ropas muy poco cuidadas y cuando el gato cambia de sitio en el escenario para ser omnipresente simplemente con una voltereta que todos podemos ver.
Seguramente, la imaginación necesaria para tragarse una historia tan increíble como la de Lewis Carroll ganaría mucho más en una sala con un telón y bambalinas y un juego de luces adecuado. Con un vestuario sin ser lujoso pero si más cuidado, más imaginario y creativo que evite al espectador tener que ver un carrito de coche de bebé donde solo hay uno de supermercado y que, además, está oxidado.
Seguramente, tal vez yo debería haber sido una niña para ver este montaje y creerme más la interpretación de un equipo que está implicado y que transmite ilusión, aún faltando una buena puesta en escena.
Hacer Comentario