Seix Barral publica esta extraordinaria colección de misivas eróticas que el diplomático francés Jean-Yves Berthault descubrió por casualidad en un estuche de cuero durante una mudanza; sesenta cartas rebosantes de lujuria que una mujer anónima rebautizada con el nombre de Simone envió a su amante Charles a finales de los años veinte del pasado siglo.
Escrito con un estilo y una destreza envidiables desde un punto de vista literario, el material que se presenta describe, partiendo de la derogación de toda mesura, los deseos y perversiones inconfesables de una relación furtiva y adúltera que desintegra, ya en la primera página, cualquier presunción posible presunción sobre la frugalidad de la vida sexual de la época en que se sitúan los hechos. Los protagonistas de este delirio hiperbólico son Simone, una mujer soltera y presumiblemente acaudalada, y Charles, un hombre casado y más joven que ella.
La extraordinaria tarea de reconstrucción y selección que Berthault llevó a cabo durante más de un año resulta determinante para comprender la evolución psicológica de un relato que, de buen principio, presenta Charles como figura dominante, capaz de introducir a su amante inexperta en un universo que a él le es familiar. Simone se siente felizmente desbordada por la situación, son los inicios. ‘Gozo como una loca, sentada sobre ti. ¿Qué quieres que consiga, para darte una mayor ilusión de realidad? ¿Existe algún medio que suplente a mis medios personales con el que te pueda dar placer? Dime cuál. Guíame. Te seguiré ciegamente. No, ara ya no podemos detenernos. Cada día nos adentramos un poco más en el vicio. Nuestra perversión nos arrastra hacia ideas delirantes. […] deberíamos aislarnos del mundo para no ser otra cosa que “nosotros”‘.
A medida que avanzan las cartas, sin embargo, se disipa una parte de aquella frescura inicial, de aquella indolencia; aquel lirismo. De forma progresiva, el erotismo da paso a una suerte de erotomanía incontrolable, a una obsesión desmedida y malsana, y pese a que nunca se pierden las formas, los celos entran en escena. ‘¿Conocerás algún día mi tormento y sabrás cómo sufro a causa de Ella?! Oh, no pongas esta cara de malo, trata de comprenderme. Ya sabes cómo te quiero, y sabes con qué ardientes caricias me gustaría contemplarte. Entonces debes sentir que el cuerpo entero se me desgarra y que sufre solo de pensar, de saber que tu cuerpo bienamado se estremece de placer bajo los besos de otra’.
Nos faltan las respuestas de Charles, pero sabemos que es un hombre casado y que mantiene la cordura. Simone, en cambio, pide más y con mayor intensidad, y rememora, proyecta y promete; se encarga, lo hace en nombre de ambos, de perfilar un relato que se adecúe a los propios deseos y exprime, en definitiva, una relación que no puede sino crecer o morir. No puedo dormir, amor mío, soy espantosamente desgraciada y tengo el corazón encogido. Me pregunto qué ocurre para que te hayas vuelto de pronto tan indiferente, tan despegado de nuestra pasión, hasta el extremo de que puedas estar tres largas semanas, casi un mes, sin que nos veamos. […] no me hagas sufrir de este modo. Disipa con una palabra el equívoco que nos separa’.
Luego, el silencio; el final de una porción de realidad sin contornos que se significa por sí mismo y en donde el vigor y la honestidad de cada palabra se imponen, como una lección de vitalidad, a cualquier posible incertidumbre.
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