Un año después de la muerte del Nobel colombiano, Random House recupera este interesante documento periodístico sobre la heterogénea realidad soviética en la primera etapa de la Guerra Fría.
Escrito a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, ”De viaje por Europa del Este” es un compendio de impresiones en primera persona de un jovencísimo Gabriel García Márquez que exhibía, ya antes de cumplir los treinta, una extraordinaria capacidad para interpretar el presente de forma lúcida y transparente.
Como una especie de cuaderno de bitácora a la vez pulcro y desenfadado, la obra transporta al lector a través de un largo itinerario de aspecto gris y penoso que se inicia en la frontera que separa las dos Alemanias (García Márquez no habla de telón de acero, sino, significativamente, de una “barrera de palo pintada de rojo y blanco como los anuncios de las peluquerías”) y que halla su destino en Moscú, en donde se celebra una especie de Exposición Universal a la soviética: un grotesco montaje propagandístico para la prensa internacional.
Entremedio, el autor pisa algunos de los puntos calientes de la zona y elabora una radiografía a pie de calle que evita en todo momento caer en la trampa, siempre tentadora, de representarlo todo con una misma tonalidad cromática. De Praga, por ejemplo, destaca el ambiente de normalidad que se respira, similar al de París, y lo diferencia del desánimo generalizado que proyecta una sociedad berlinesa partida por la mitad. “Se ha calculado que si estalla una guerra en Berlín, durará veinte minutos,” escribe poco antes de abandonar la capital berlinesa. Sobre Polonia, señala que es, junto con Checoslovaquia, el único país que tiene la mirada puesta sobre Occidente. Su capital, Varsovia, es ciudad de libros (algunos textos de Sartre se imprimían en polaco antes que en francés) y también el único lugar en donde el escritor no halla contradicciones entre comunismo y catolicismo. “Asisten el sábado a la reunión de la célula y el domingo a la misa mayor,” apunta en un episodio. Y Moscú, por supuesto: en la “aldea más grande del mundo,” el autor experimenta una emoción indefinible que reservaba para el día en que pisara la luna.
Pese al interminable repertorio de obstáculos burocráticos y de fastidiosos inconvenientes logísticos, la mirada de García Márquez es, en todo momento, limpia y carente de prejuicios. El joven escritor observa los detalles, mira a la gente a los ojos y escucha con atención, y aunque nunca deja de ser consciente de que en los “22.400.000 quilómetros cuadrados sin un solo anuncio de Coca-Cola” que conforman la Unión Soviética se vive un estado de excepción, tampoco comete el error de caer en el escarnio o en la descalificación gratuita.
La propaganda local tampoco logra encandilarlo “Yo no quería conocer una Unión Soviética peinada para recibir una visita. A los países, como a las mujeres, hay que conocerlos acabados de levantar”.
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