Bajo la sombra del gran hermano vuelve James Bond. 007 añade a su colección una aventura llena de acción y humor.
Con la dirección de Sam Mendes, “Spectre” suma un episodio más a la saga de James Bond. Caracterizado por un enigmático y lacónico Daniel Craig la acción transcurre dentro de un film entretenido, rebosante de planos secuencia, movimientos de cámara imposibles y efectos especiales a raudales. Con un sentido y coherencia que satisfará a los amantes del cine de acción. Todo lo que esperamos de 007 aparecerá: seducciones imposibles, coches deportivos, helicópteros, lencería fina y músculos bien definidos.
Un críptico mensaje del pasado envía Bond hacia caminos por donde irá destapando una organización siniestra. Al mismo tiempo, M (Ralph Fiennes) mantiene un tour de force con las élites políticas para mantener vivo el servicio secreto. Bond irá descubriendo qué se esconde detrás de Spectre.
El guión de John Logan, Neal Purvis, Robert Wade y Jez Butterworth presenta una línea argumental sólida, sencilla y eficiente (aunque con algún pero). Y nos propone un juego de elementos icónicos y cómicos para justificar los excesos que ofrecen las coreografías de peleas, fugas y persecuciones. Además, el sentido del humor da tregua en las situaciones más inverosímiles. Y es que Mendes perfila su producto a base de una ironía fina que peina a los espectadores de principio a fin.
La edad y el envejecimiento, no sólo de las personas, sobrevuela el alma del film. Paradójicamente (si tenemos en cuenta el abanico emocional de James Bond), la deshumanización de la sociedad enfila hacia un pedregal donde la tecnología va tomando terreno a la mano del hombre. Donde mirar a los ojos permite romper las reglas del juego, donde el exceso de control desvirtúa las emociones.
En definitiva, Sam Mendes sabe darnos en dosis equilibradas narrativas, los ingredientes necesarios para hacernos pasar un buen rato. Técnicamente impecable, el guión juega con la comicidad para equilibrar y rasgar el exceso de testosterona. Y para reírse, también hay que decirlo, de un ego recalcitrante que va añadiendo canas y arrugas pero que mantiene intactos los deseos y sentimientos de hace veinte, treinta o cincuenta años (cuestión de perspectiva). Sea como fuere, queda claro, James Bond sigue bien vivo.
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