Basada en una historia real, “El Bailarín del desierto” cuenta cómo la música es capaz de traspasar fronteras a través de la historia de un grupo de estudiantes que luchan por hacer su sueño realidad.
En el difícil clima político de Irán de 2009, Afshin Ghaffarian (Reece Ritchie), apasionado del baile y la música, decide reunir a un grupo de jóvenes dispuestos a arriesgar sus vidas para conseguir su sueño. Mientras siguen los pasos de Gene Kelly y Michael Jackson, nace el amor entre Afshin y Elaleh (Freida Pinto, de “Slumdog Millonaire”). Juntos crean un grupo de baile clandestino con un solo objetivo: bailar delante de un público.
Aunque la Ley Islámica no prohíbe expresamente ni el canto ni el baile, la danza está penada en Irán desde la Revolución de 1979. Una prohibición aun vigente, y que ha llevado por ejemplo a que hace un año seis adolescentes iraníes fuesen condenados a recibir 91 latigazos tras publicar un vídeo en YouTube en el que se les podía ver bailando el ‘Happy’ de Pharrell Williams. El cortometrajista Richard Raymond se entrena en el largo con esta producción inglesa que pretende ser un film reivindicativo, una oda a la libertad de expresión. Algo muy loable pero que sin embargo se queda a medio camino por su falta de realismo y escaso acierto en el enfoque.
No sólo no consigue transmitir el amor por la danza que seguro sentían los protagonistas originales de la historia, si no que además, las tramas paralelas de política, amor y drogas están dibujadas de forma tan superficial, que sólo queda rendirse a las coreografías de Akram Kahn, el prestigioso coreógrafo británico de danza internacional y ganador de exitosas y galardonadas creaciones, cuyo nombre suena mucho más que el del director Richard Raymond a la hora de promocionar la película. No ayuda nada a la verosimilitud que la película esté rodada en su totalidad en inglés, quizá por eso (y por lo digno de los movimientos corporales de la pareja protagonista) son las escenas de baile las que se llevarán toda la atención.
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