La historia de la propia vida se convierte en un constructo elaborado para curarnos de un mundo no siempre amable. Lo que explicamos de nosotros se establece como una verdad modelada por artificios, a veces, disonante con los actos verdaderos. El novelista i premio Nobel de literatura J.M. Coetzee dialoga con la psicoterapeuta Arabella Kurtz sobre el sentido de la vida a través del relato. Las intersecciones o lejanías establecidas entre ficción y verdad catapultan la idea motor de este libro. La búsqueda de un camino adecuado que nos libere encuentra el contrapunto en este diálogo a dos con «invitados» de excepción: Cervantes y Dostoyevski, por un lado; y Freud y Melanie Klein, por el otro.
En un intercambio de pareceres que hurga con la intención de descubrir cuál es la mejor manera de llegar a conocernos, si es que existe alguna posibilidad de hacerlo, los interrogantes se van sucediendo. En este sentido se inicia una búsqueda del buen relato, de aquel que tendría que destaparnos y liberarnos al mismo tiempo. Una cuestión nos persigue párrafo tras párrafo: ¿hasta qué punto es importante que aquello que nos explicamos sea verdad?
Y es que la verdad y la certeza se separan. Desde el psicoanálisis, más allá de los hechos está la interpretación que el paciente hace de la realidad. Una interpretación que lo tiene atrapado o inmerso en un dolor del cual se quiere desprender. Cambiar la perspectiva permite observar otra realidad; deshacerse de aquellos elementos que nos lesionan nos tendría que permitir empezar a conocernos. Como podemos deducir a estas alturas, a medida que engullimos el libro, la frontera entre realidad y ficción es muy frágil. Las diferencias entre un novelista y un psicoterapeuta tienen puntos de encuentro y de desencuentro. “El buen relato”, construye una narración a base de unas preguntas-respuesta que, a menudo, se nos muestran recursivas. Sin respuestas contundentes y con la continua apertura de interrogantes. Así pues, las dudas y las incertidumbres van tejiendo la historia de esta particular sesión psicoterapéutica.
La narración emerge, tanto del propio individuo como del colectivo, como una manera de comprender el propio mundo. La usamos como una herramienta para entendernos a nosotros mismos pero no siempre de la mejor manera. La psicoterapia, en este sentido, se acerca a la novela (esta afirmación podría ser reversible), nada es lo que parece a priori. Poco a poco, vamos descubriendo motivos ocultos, historias obscuras, porqués colindantes. Del mismo modo, el libro no sigue una estructura novelesca al uso. Como si de un tratamiento psicoterapéutico se tratara, a medida que narramos emergen nuevos elementos. Y los temas giran alrededor de su propio eje para reubicarse, para volverse a explicar desde nuevas perspectivas.
El libro de Coetzee y Kurtz, pues, podría definirse como una interesante aproximación a la terapia psicoanalítica desde la novela. Una reflexión profunda sobre el ser humano que nos enriquece e ilumina en un camino lleno de penumbras. A través de un relato claro y conciso. Relleno de metáforas, comparaciones y ejemplos prácticos que buscan respuestas sanadoras. Curioso por la importancia de aquello que nos explicamos, Coetzee, indaga en la verdad y la mentira, en el sufrimiento y el gozo, en la ficción y la terapia psicoanalítica. Y es, en este último punto, donde el paralelismo entre novela y psicoanálisis da tumbos, toma callejones sin salida, pendientes de subidas imposibles y se acerca a acantilados vertiginosos. Para al fin, intuir que ambos caminos no están tan alejados el uno del otro.
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