Morrissey: Las memorias del mito ególatra

Hablar del señor Steven Patrick Morrissey (n.1959), a estas alturas de la película se antoja como misión imposible. Ya se ha dicho todo tanto de su carrera inicial junto a The Smiths, como de su posterior carrera en solitario. Además, la publicación de su “Autobiography” (Penguin, 2013), ha servido para que se despache a gusto con opiniones de todo tipo. Morrissey ya no es un cantante, ni un gran compositor de canciones (hace tiempo que sus composiciones están por debajo del personaje) sino una sombra alargada que encaja más en la mitología eterna de la música pop contemporánea.

En octubre del 2013 la editorial Penguin publicó las memorias del chico de Manchester y, como siempre pasa con todo lo relacionado con el ex vocalista de The Smiths, provocó adhesiones y rechazos a partes iguales. Rechazos por una parte de la prensa que, aunque le ama, también le tiene ganas y que disfruta del morbo de todas sus declaraciones. Adhesiones evidentes: su fiel público que hizo subir el número de ejemplares vendidos en la primera semana a la nada desdeñable cifra de 35.000.

El mancuniano siempre ha reconocido su admiración por el escritor y poeta Oscar Wilde (1854-1900). Una admiración que se antoja inevitable ya que Morrissey siempre ha sido alguien que, como Wilde, ha buscado la estética por encima de todo y eso, también como Wilde, le ha llevado a ser un icono. Es de destacar que la editorial ha publicado la autobiografía en su colección de “clásicos”, cosa bastante pretenciosa por parte de todos los implicados aunque es bien cierto que encaja perfectamente en los deseos prepotentes y de superioridad intelectual que siempre ha acuñado Morrissey para si mismo.

En cuanto al texto concretamente, lo de “clásico” empieza a dar un poco de risa. Es bien cierto que toda la historia pre-Smiths está escrita con un halo de cercanía y llena de una magia que se echa de menos en el resto del manuscrito. Y es que la primera parte nos descubre un frágil chico en periodo de formación, un chico que intenta salir de la oscuridad de la Inglaterra de los sesenta y setenta, alguien que intenta ver la luz. Esa parte es verdaderamente interesante porque Morrissey no se refiere a su figura de una forma descontextualizada y sentando cátedra sino que realiza un estupendo análisis de una época y una geografía. La clase obrera en estado puro (con sus escuelas, sus trabajos precarios, sus frías barriadas y sus sueños de juventud) descrita por una prosa certera y verdaderamente empática. Morrissey hace una especie de transcripción de los espacios que describen en sus películas cineastas tan británicos como Ken Loach o Tony Richardson.

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Es en esta primera descripción de su vida cuándo comprendemos su pasión por los libros y por la música como un válvula de escape para huir de lo mediocre y refugiarse en lo glamoroso, con la esperanza de llegar a ser como sus héroes. A partir de aquí el resto de la autobiografía (unas trescientas soporíferas páginas) no deja de ser una demostración más que cuando perdió la inocencia la sustituyó por la egolatría. Y es entonces cuando el Morrissey individuo se convierte en el Morrissey personaje que necesita ser adorado. Se convierte en un libro lleno de reproches y de rencores que, desde el YO más insufrible, Morrissey parece utilizar para vengarse de demasiadas personas (incluido Geoff Travis, capo de Rough Trade, la discográfica que le sacó del anonimato). Ni profundiza en sus contemporáneos musicales ni parecen interesarles demasiado. Y, claro está, la calidad literaria en un ególatra puede redimir su carácter pero no es el caso: durante la lectura te das cuenta que quizás no está a la altura de Oscar Wilde.

¿Y qué pasa con el Morrissey en el 2015? Pues que sus discos ya no contienen demasiadas razones como para seguir considerándolo un compositor genial. Su último trabajo (“World Peace is none of your business”, 2014), quizás contiene dos o tres (siendo generosos) para seguir creyendo en él. Lo cierto es que el mito se ha tragado hace tiempo al creador.

Un cantante que sigue siendo estupendo en directo (eso sí, cuando no suspende un concierto por su delicada salud) y que tiene canciones en su repertorio como Suedehead“, “Late night, Maudlin street“, “Sing your life”, “Tomorrow“, “Now my heart is full”, “I have forgiven Jesus“, ” I’m throwing my arms around in Paris (quizás su último gran single) no puede decepcionar nunca. Y lo sabe.

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Y saldrá al escenario, nos mirará, nos desafiará, cogerá el micro, ladeará la cabeza y sus fieles no podremos evitar sentir un placer y una nostalgia infinita. Y eso que sabemos que su mejor época se fue hace bastante tiempo. En el momento en que su voz empiece a recitar las letras mil veces escuchadas no nos importaran sus declaraciones mordaces y ambiguas que a veces rallan lo absurdo- sobre xenofobia, sobre sexualidad, sobre los derechos de los animales y sobre el vegetarianismo, siempre con altos grados de misantropía- porque hace tiempo que sabemos que ya no es una persona. Hace tiempo que sabemos que no habrá canciones memorables. Hace tiempo que sabemos que es un mito crepuscular. Y a los mitos no se les discuten porque forman parte de lo eterno. A los mitos se les adora sin preguntar porque ya están por encima del bien y del mal.



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