Me gusta ir a conciertos. Me gusta sentir cómo un artista traslada la emoción de un disco de estudio al directo. Me gusta que me sorprendan. Y sobre todo me gusta cuando alguien encima de un escenario (da igual uno enorme en un gran estadio o uno pequeño en una sala diminuta) demuestra que es diferente. No necesariamente tiene que ocurrir todo a la vez pero desgraciadamente hay veces que no ocurre nada de eso.
La presentación de “Joyland“, álbum del año pasado de TR/ST, era el motivo de la cita en la sala Razzmatazz 3. Un motivo excelente ya que el segundo disco del canadiense Robert Alfons destila buen gusto electrónico moviéndose entre la melodía dark y el pop de baile. Y allí estábamos dispuestos a disfrutar (sold out) y, de alguna forma, volver a nuestros tiempos mozos más ochenteros cuando escuchar a Bauhaus o Poesie Noire era motivo de culto.
Robert Alfons se presentó con una acompañante encargada de la música y los sintes para dejarle a él la libertad total como frontman y cantante. Y comenzó el ¿espectáculo?
Punto 1: Me gusta sentir cómo un artista traslada la emoción de un disco de estudio al directo.
Lo cierto es que durante todo el show estuve preguntándome porqué no saltaba y bailaba tanto como el resto de los asistentes, absolutamente entregados de antemano y que mucho me temo hubieran saltado igual si de pronto se hubiera puesto a cantar la canción de la serie “Cuéntame”. Los temas de “Joyland” se mezclaron con las canciones de su más conocido primer disco “Trust” y ninguna (y digo ninguna, incluso sus hits “Candy Walls” y “Shoom“) se quedará a vivir en mi memoria. La sonorización de la sala no ayudaba para nada: todo sonaba igual, muy embarullado, absolutamente sin matices, hasta tal punto que todo el concierto de aproximadamente una hora de duración parecía un mantra inacabable.
Sin duda este tipo de salas de pequeño aforo ofrecen un contacto físico cercano con el artista que se sube a su escenario pero eso a veces no tiene que ser bueno. Y no lo es cuando esa proximidad no ofrece contacto emocional real. Cuando da igual tener tan cerca el escenario porque en realidad lo percibes casi igual de lejos que a U2 en las pantallas del Sant Jordi.
Punto 2: Me gusta que me sorprendan.
Que las canciones tengan nuevas relecturas, nuevos recorridos, nuevos matices. Gracias a esa sonorización era imposible apreciar si lo había pero tampoco parecía que el dúo quisiera hacerlo. Daba la sensación que iban a piñón fijo.
Punto 3: Me gusta cuando alguien encima de un escenario demuestra que es diferente.
Alfons se desgañitaba para que su voz sonara intrigante y se movía por las primeras filas con actitud entre amenazante y arrogante…pero muy estudiado. Nada nuevo bajo el sol: que si me tiro entre el público, que si dejo subir a una chica para que baile en el escenario, que si aprovecho la poca luz sobre el escenario para intentar ser misterioso…todo demasiado estudiado.
Salí decepcionado y con ganas de escuchar las canciones de la banda en disco otra vez para volver a reencontrarme con ellas. Y caminando hacia el metro tuve una sensación extraña: a lo mejor es que me estoy haciendo viejo y eso es ahora el angst juvenil: algo estudiado y repetido. A lo mejor es que yo ya no entiendo nada. A lo mejor es que ya exigir unos mínimos ya no está de moda. Hitchcock decía que lo interesante era partir del cliché pero no acabar en él; copia pero hazlo original. Hazlo n-u-e-v-o.
A lo mejor es que los niveles de exigencia han variado. Debe ser eso.
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