Cuando propuse cubrir este espectáculo sabía que me estaba enfrentando a un autor que me emociona de forma obligada. Se supone que una crítica teatral debe ser objetiva pero confieso que va a ser complicado lograrlo. Le tengo un gran amor y respeto a Tennessee Williams y, del mismo modo, espero que los que escenifiquen sus piezas también lo tengan.
El Zoo de Cristal es una comedia de recuerdos. Es la obra más autobiográfica del autor y sólo por eso se debería ver. Tom Wingfield trabaja en una tienda de zapatos para mantener a su madre Amanda y a su hermana Laura, la cual posee un defecto físico- es así como se refieren a él en la obra- porque cojea de una pierna. Lejos de cumplir sus sueños, nuestro hermano mayor deberá ejercer de padre a causa del abandono del suyo de forma inesperada. El cabeza de familia transitará entre el pasado y el presente para explicarnos su historia, contada a su manera, mientras su madre se obcecará por encontrar un marido a Laura.
Puedo perdonar que la propuesta sea extremadamente naturalista sin seguir las pautas hiperrealistas del autor, puedo permitir que haya un sofá excesivamente elegante en una casa en la que se supone que escasea el dinero, que el personaje de Laura duerma en una habitación cuando debería dormir en ese supuesto sofá-cama inexistente en la puesta…Pero, como diría mi personaje favorito de Tennessee, “Imploró mi perdón. Pero hay cosas que son imperdonables”. La ñoñería no se puede perdonar. No sé cómo expresarlo pero me pareció que los actores estaban conectados esporádicamente. Cuando no lo estaban, aparecía la ñoñería en ellos y creo que si Williams descubriera la interpretación ñoña de sus obras se tiraría por el mismo Mississippi. ¡Chop! Y ahora que ya me he mojado bastante, les diré que excluyo a Silvia Marsó de los dictámenes anteriores. Me pareció que la actriz iba ganando fuerza a lo largo de la función. Me gustó mucho cómo enviaba a su hijo a la luna. Fíjense cuando vayan…
He de confesar que adoro los momentos en los que los personajes sueñan despiertos. Amanda roza lo histriónico pero acaba aportando una infinita ternura. Es una mujer fuerte, valiente y habilidosa. Silvia Marsó lo sabe bien y así lo muestra en escena. Por otro lado, Laura Wingfield tiene un pequeño e íntimo universo paralelo con sus figuritas de cristal. Me encantó el momento en el que Pilar Gil describe a su figurita preferida frente a su amado.
Si soy sincera, no sé si aportaba verdad o no el actor que encarnaba a Tom Wingfield pero tiene un monólogo final que es un regalo y que merece ser escuchado. Yo ya no lo miraba cuando lo interpretaba, las lágrimas me cegaban pero puede ser que fuera por la conexión que tengo con Tennessee Williams.
Es pot veure a: Teatro Fernán Gómez
Text: Tennessee Williams
Intèrprets: Silvia Marsó, Carlos García Cortazar, Alejandro Arestegui, Pilar Gil.

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