Porgy and Bess
10Nota Final

Hay algo que no me gusta de la crítica cultural, una tendencia (normalmente aplicada por articulistas cansados de hablar de la materia o personas con ego descomunal) últimamente es un hábito. Los artículos que me molestan muchísimo son aquellos que nos intentan vender la vida del crítico bajo la máscara de un comentario sobre una obra. Se pasan frases y párrafos enteros hablando sobre cómo conocieron a tal autor o si les dolía la cabeza el día que leyeron aquel libro. Siempre me ha dado la sensación que ese señor o señora que está sentado al teclado, hablando de si mismo, equiparándose en importancia a un artista, me está tomando el pelo.

Y es justo lo que voy a hacer hoy. Mi intención no es tomarles el pelo (siempre que escribo sobre el trabajo de otra persona me invade una sensación de responsabilidad que me obliga a intentar ser lo más honesto que soy capaz de ser). Eso nunca. Lo que voy a hacer es hablar de mi experiencia en mi primera visita al mítico Gran Teatre del Liceu, donde disfruté por primera vez de una ópera en toda mi vida.

Por mi parte había algo de actitud defensiva. en cuanto accedí a tan imponente recinto, la persona que se encarga de las invitaciones no encontraba la mía, y uno, que es de extrarradio, se lo toma todo como algo personal. Esperaba ver gente con trajes caros y vestidos de noche mirándome por encima del hombro. Grupos reducidos de familias distinguidas brindando con copas de cava y comentando con ironía los últimos acontecimientos sociales. Sí, es cierto, todo el, los prejuicios y sentencias que albergo son clichés. En mi defensa diré que siguen existiendo esas localidades “ciegas” donde puedes acceder a un espectáculo de alto coste pero sólo puedes oírlo. También pude presenciar como alguna señora que había invertido mucho en cirugía miraba escandalizada a un joven con el cuerpo muy tatuado. Pero no es menos cierto que para que se produzcan esos choques culturales el Liceu se ha convertido en un lugar mucho más abierto a todo tipo de espectadores y espectáculos. En las butacas se podían ver jóvenes con sus “selfies”, familias humildes sentadas cerca de turistas y espectadores de clase acomodada. Era una mezcla de lo más interesante que entretenía a un servidor mientras la orquesta afinaba sus instrumentos.

Porggy and Bess Gran Teatre del Liceu

Una obra como Porgy & Bess ayuda a esta mezcla, no requiere amplios conocimientos del medio, es una obra que se ha convertido en icono popular. Es todo un clásico de la escena norteamericana, obra del gran George Gershwin, con un reparto casi íntegramente formado por actores de raza negra. Se ha podido ver en versión musical de Broadway, en premiada película para cine y televisión e incluso tiene canciones que han trascendido la obra, como la famosa – y sublime- Summertime. Con los primeros acordes, en cuanto suenan las primeras frases de la nana que canta Clara a su bebé en Catfish Row, toda defensa por complejo de clase, toda argumentación y verborrea para justificar la falta de conocimientos sobre ópera, cae por su propio peso. El arte, la obra maestra, resplandece en los ojos de todos aquellos que desean contemplar, vivir.

Durante casi tres horas, el espectador disfrutará de la perfección de la actuación del reparto al completo, de la maestría e ingenio que la que se ha construido el decorado. Me es difícil poder describir como reacciona el cuerpo y la mente ante la orquesta en directo, con todo el catálogo de voces desplegadas ante una audiencia entregada. Esta obra particularmente llegará a los mentes que se resistan a la lírica, ya que, también, está llena de matices jazzísticos, suenan ecos de la llamada canción de trabajo, el soul, las percusiones africanas o el gospel.

La triste pero hermosa historia de amor del tullido Porgy con la libertina Bess es una obra hermosa, visualmente apabullante, una experiencia que dinamitará la mentes más obtusas y los egos de los que intenten acceder a ella por primera vez. Como el de un servidor.

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