Dos de las grandes voces del R&B de los años noventa han decidido aunar sus talentos para cantarle al divorcio, y lo han hecho bajo el mítico sello Motown Records. Ellos son Toni Braxton y Babyface, ambos recientemente divorciados (no el uno del otro) y con ganas de sacarse de encima fantasmas del pasado pero sin dejar de mirar hacia él.
Braxton y Babyface forman así un nuevo matrimonio musical, recuperando la esencia del romance (también musical) que vivieron juntos hace más de veinte años, cuando Babyface producía éxitos como churros para la Braxton: “Breathe Again”, “Another Sad Love Song”, “You’re Makin’ Me High”…
Hacía siete años que Babyface, pionero del R&B de los 90, no sacaba un disco de estudio pero al enterarse de las intenciones de Braxton de retirarse de la música tras la publicación de su último trabajo (“Pulse”, 2010), pensó que quizás lograría convencerla de seguir cantando si lo hacían juntos, a cantar me refiero.
Y sí, la convenció, y el resultado es este “Marriage, Love & Divorce”, publicado justamente una semana antes de San Valentín. No sé yo quien se aventuraría a regalar a su pareja un disco dedicado al divorcio, pero lo cierto que las ventas del disco en EE.UU. han sido un éxito, posicionándose en su primera semana a la venta en el número cuatro de la Billboard. La clave de su éxito radica seguramente en la acertada recuperación de ese sonido años 90 que tan bien dominaban.
El álbum contiene temas de lo más interesantes. Como por ejemplo su primer sencillo, “Hurt you”, con esa introducción a piano en un composición que crece poco a poco discretamente pero de forma eficaz. O “Sweat” y “Reunited”, claros ejemplos de esa recuperación del sonido de principios de los noventa. En “I hope that you’re Okay” Babyface se despacha a sus anchas soltando todo ese romanticismo que parece le es innato. El disco incluye también el discotequero “Heart attack”, pegadizo tema pese a que su ritmo no permita grandes desmelenes. Aunque lo mejor del disco sea probablemente “The D world”, que cierra el disco con una suavidad aterciopelada que nos recuerda a lo mejor de Sade.
Pese a todo se echa de menos un poco de salvajismo al asunto -más despecho, más pasiones enfrentadas-, y es que el disco no es tan autobiográfico como se podía esperar y sus letras están repletas de clichés. Esperemos que para la próxima le metan más leña al fuego.
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