Y ha empezado con ‘El Gran Gatsby’ versión Baz Luhrmann. El nuevo espectáculo venido directamente de Hollywood, vía Australia y que tras su estreno el fin de semana pasado en los Estados Unidos, llegará a las pantallas de todo el mundo en los próximos días.
Llama la atención que el omnipotente Festival de Cannes no haya preferido ceder la excelente plataforma de promoción que supone abrir el festival a una película en estreno mundial. Pero la presencia de Leonardo DiCaprio, Carey Mulligan y Tobey Maguire garantiza estrellas y glamour para la gala inaugural y supone la confirmación de la apuesta por Baz Luhrmann que Thierry Frémaux, delegado general del festival, hizo hace doce años con ‘Moulin Rouge’. Además, debemos tener en cuenta que si bien el Festival de Cannes es una muestra del mejor cine de autor que se hace en el mundo, también es todo un acontecimiento para la industria, con su mercado y sus negocios, y con sus fiestas, sus galas, sus vestidos de noche… y de eso en ‘El Gran Gatsby’ hay mucho.
Y también hay mucho de la mencionada ‘Moulin Rouge’ en ‘El Gran Gatsby’. En ésta la acción transcurre en los locos 20 de Nueva York en lugar el Paris de la bohemia, en lugar de poetas, pintores y cabareteras, hay ricos muy ricos y un bróker de Wall Street con aspiraciones a escritor, pero también hay fiestas locas, una mujer entre dos hombres, delirio ‘kitsch’ y mucha música actual (aunque ahora los personajes no canten). Y es que a pesar de que ‘El Gran Gatsby’ no sea un musical, gran parte de sus secuencias están concebidas como si lo fuera.
Así, la película se convierte en un espectáculo visual exuberante con mansiones espectaculares, vestuario lujoso, una recreación del Nueva York de la época como de dibujo animado y movimientos de cámara imposibles realzados por el 3D. Mucho brillo y mucho fuego artificial que funcionan como en una atracción de feria. Hueca y superficial, pero resultona. Luhrmann opta por la grandilocuencia y el espectáculo, en lugar de por la sutileza, lo que impide que surjan la emoción, el misterio, la melancolía y la seducción que encierra la novela de F. Scott Fitzgerald.
La película arranca con diseño art-decó en un blanco y negro gastado que rápidamente se transforma en una imagen brillante en color y en 3D. Más vistosa, pero también mucho menos auténtica. Todo un aviso para los espectadores.
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