Llevo tiempo pensando que podría escribir algo sobre ellos, pero siempre he pensado que soy demasiado pequeño para hablar de un gigante como este. Y sigo creyendo que jamás podré encontrar las palabras perfectas y oportunas para describir lo que este gigante me transmite a través de su sonoridad.
¿Quienes son? No tengo idea. Son unos seres sobrenaturales dotados de una energía infinita que, con su conducta musical, nos hacen reconocer que en este mundo no hay más espacio para el conformismo o la satisfacción sonora. Son unos lobos que se han presentado inocentemente como una banda como todas las otras, que han tenido singles destructores como algunas bandas de rock.
Lanzaron un álbum en 1997 que les abrió las puertas al Olimpo. Pero como sabían que en el Olimpo solo había leyendas y cuentos mal contados, volvieron a la tierra dando una patada al paradigma musical que habían creado.
“OK Computer” marcó un antes y un después de Radiohaead. Para muchos Radiohead es ‘Creep’, es ‘Karma Police’, es ‘Paranoid Android’. Para otros, en cambio, Radiohead es ‘Lotus Flower’, es ‘In Limbo’, es ‘Bloom’. Para muchos como yo, no es nada y todo al mismo tiempo, una paz en tiempo de guerra que no sucumbe a ideales.
Una carrera sin fin, un sueño tan lúcido que inevitablemente nos deja dormidos en la eternidad. Radiohead, en definitiva, es un laboratorio musical que nos mostrado que saben hacer música que a todo el mundo le gusta y con ella marcar la historia musical contemporánea. Y, por otro lado, son un acelerador de acordes musicales que los eleva a un espacio situado por encima del mundo real.
Nunca he tenido dudas de esto y lo he reforzado cuando el pasado 15 de Julio, en el festival Optimus Alive en Lisboa, juntamente con más 55 mil personas (con ticket de entrada) nos quedamos con la boca abierta mirando lo que salía desde el escenario. Recuerdo que minutos después de que acabara el concierto me preguntaban qué opinaba sobre lo que acababa de ver y yo simplemente no pude decir ni una única palabra, respondiendo con mi silencio y mi cara de asombro.
Era domingo y hacia calor, demasiado, pero Lisboa en Julio es así, caliente y ardiente como ella misma. Llegábamos justo para el concierto de los Maccabees a las 20h y la marea de gente que seguía hacia el mismo sitio era de mucho respeto. Entramos por el escenario principal y ya se acumulaban los fans, aún sabiendo que antes tocaban Caribu, pero les daba igual.
Diez años sin que Radiohead pisaran las tierras lusas y como decía Thom Yorke nada más pisar el escenario, “diez años es mucho tiempo” y lo era. Por eso había gente de todos los rincones y rinconcitos: ingleses, españoles, franceses, italianos, alemanes, yo, mis amigos, los amigos de mis amigos, los de Lisboa, los de Oporto, los de al lado, los de abajo. Todos estaban por Radiohead y todos se habían juntado casi al mismo tiempo, una marea de cabezas que rozaban unas con las otras, donde como un efecto mariposa cualquier movimiento pequeño generaba una inmensa oleada metros más adelante.
Jamás había estado en un evento donde una concentración tal de personas se diera en un espacio tan pequeño. Sobre lo demás, no hay muchas palabras para describirlo, por miedo de pecar de gula. Un Thom Yorke que subió al escenario, un gigante a pesar de su pequeña estatura, un hombre que nos ha despertado con el algoritmo más profundo de la música, un hombre que ha bailado como si estuviera poseído por el demonio, luchando contra si mismo, en un exorcismo sin fin. Una banda que suena ahora más electrónica que de cuerdas, una banda que se aventura por la electrónica como un niño con juguetes nuevos. Sin complejos, inocentes, radicales, auténticos.
Este es un amor verdadero a la música, al desconocido, este es un amor de aquellos que solamente pueden acabar en tragedia. En ese escenario distante escuché 23 obras de arte, y mientras oía algunas de ellas, inevitablemente cerré los ojos porque no sabía qué más hacer para entrar en el mundo fantástico al que esos mismos de siempre (Yorke, Jonny, Colin Greenwood, de O’Brien y Phil Selway) me abrían la puerta.
Todo fue tan extraño que mientras los escuchaba, mi cuerpo se teñía de azul turquesa, se disipaba entre los miles de recuerdos que me llegaban descompuestamente a la cabeza, me hacia pequeño, muy pequeño, hasta el momento que sonó ‘Exit Music (for a Film)’. Nada más fue como antes, nada más será como aquel momento perdido nuevamente en mi espacio fantástico. Pero me recompuse como pude porque Thom soltó ‘Lotus Flower’ y su exorcismo, y lo que no podía transmitir con las cuerdas vocales lo transmitió con los brazos, las piernas, la cabeza, con el alma. Justo como en el videoclip, con ese hormigueo que le sube entre la piel y los huesos, fuego que arde sin que se vea, una alegre molestia.
Y yo, ¿quién soy para hablar de Radiohead?, si solo hace pocos años que he aprendido a escucharlos, si los oía todos los días y no me di cuenta de que no son nada más que 5 tíos, de carne y hueso, haciendo música. Si en conjunto son singulares, si les da igual publicar un álbum nuevo vía web listo para descarga, o simplemente contrariar toda su tendencia de la noche a la mañana no solo sin perder su calidad sino superándola.
Y si habéis entendido todo lo que he dicho anteriormente, pues os digo que Radiohead son todo lo contrario. Y si son todo lo contrario, son todo lo que pensamos que son y si no son así entonces no son nada y lo son todo a la vez.
Para Tiago, Simone y Inês
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